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martes, 22 de diciembre de 2020

ANTONIO GARCÍA FRANCISCO. Desde la portada de la iglesia de San Pedro de Villanueva (V)

      Un personaje que también está relacionado con la portada de la iglesia del exmonasterio benedictino de San Pedro de Villanueva es D. Francisco Javier Parcerisa y Boada, barcelonés que vivió en el siglo XIX y que tiene una bonita historia que contarnos.


     Fue nuestro hombre un auténtico romántico, y su romanticismo le llevó por toda España dibujando monumentos, tanto interiores como exteriores, probablemente para evitar que se perdiera su memoria si algún día la barbarie humana llegaba a destruirlos, pues ya había visto lo que pasó en Barcelona durante la revolución de 1835, cuando edificios de siglos fueron pasto de las llamas y de la incultura. Dibujante autodidacta, y ahí está parte de su gran mérito, llegó a ser miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y nos dejó cerca de siscientas litografías, las cuales eclipsaron el resto de su obra, pues hoy en día es famoso solamente por ellas, aunque tiene cuadros colgados en varios museos de Europa, entre ellos el del Prado, uno de los cuales es esta acuarela de la fachada de la catedral de Burgos.


    Al lector que sigue estas líneas tal vez le interese saber que Parcerisa fue el artífice del redescubrimiento de la portada de la iglesia del monasterio, la cual estaba tapiada desde hacía dos siglos por necesidades de la construcción de la torre, y que la casualidad ha sido la que ha propiciado que nos hayamos topado en la Hemeroteca Nacional con una carta suya, fechada el día 31 de agosto de 1855, dirigida al director del Semanario Pintoresco Español, fundado por Mesonero Romanos en 1836, publicación que se propuso “popularizar entre la multitud aquellos conocimientos útiles o agradables” de las ciencias, las letras y las artes, y lo consiguió con creces. (Para mayor abundamiento de datos, se trata del ejemplar año 20, tomo 10, nº. 41, fechado 14 oct. 1855, pág. 327-328)


        Y como no hay nadie mejor que el propio Parcerisa para contárnoslo, haremos que sean sus palabras más la introducción que hace el director del semanario las que tomen el protagonismo de la historia.


            "Damos cabida con el mayor placer en nuestro periódico a la siguiente carta, que dirige a uno de los escritores de la obra Recuerdos y Bellezas de España, el dibujante, arqueólogo y editor de la misma don Francisco Javier Parcerisa, desde la capital del principado de Asturias, donde se hallaba en la época a que la carta se refiere, haciendo estudios y tomando vistas y apuntes de monumentos para el tomo que se está publicando sobre aquella interesantísima provincia. 

En esta carta se consigna un descubrimiento arqueológico, cuya noticia debe excitar vivamente el interés de los aficionados a escudriñar las huellas del arte nacional en la cuna de la monarquía restaurada. 

No es en verdad el primero que la historia de nuestras artes debe a la infatigable laboriosidad de los autores de la publicación referida: ellos han recogido y publicado los preciosos y venerandos fragmentos de aquella encantadora población de Medina Azahara, cuya existencia se tenía por fabulosa. 

El descubrimiento de que hoy se trata tiene, aún si cabe, más importancia para la historia y el arte de la España cristiana."

"Señor D. P. de M, Oviedo, 31 de agosto de 1855.  

 Mi querido amigo: Mucho me alegro de los buenos ratos que dice Vd. le proporcionan mis apuntes de viaje; celebro también hayan sido tan de su gusto las noticias que le di en mi última sobre la solitaria y casi ignorada abadía de San Antolín de Bedón.

 No dudo, pues, atendida su afición a las antigüedades, que la lectura de la presente carta le cause una agradable sorpresa.

 Ya recordará Vd. que Fr. Prudencio de Sandoval, en su libro de los cinco obispos, describe el monasterio de San Pedro de Villanueva, detallando menudamente las esculturas de la portada, relativas a la historia o tradición de la desgraciada muerte del rey Favila, y llamando además la atención sobre los notables trajes de las figuras. 

    No habrá Vd. olvidado asimismo, que el P. Flórez, en una nota al Viaje santo de Morales, tratando de dicho monasterio, dice que de las piedras o esculturas de que habla Sandoval solo se conserva una, de la cual saco su dibujo para la estampa del tomo primero de las Reinas Católicas: lo que parece indicar que con el trascurso de los siglos se habrían desmoronado o consumido; no reparando empero, tanto él como muchos que posteriormente han visitado este monumento, una particularidad que salta a los ojos, y es, que en toda la portada no se echa de menos piedra alguna, presentándose como acabada de ayer. 

    Esta observación, que no se escapó a nuestro amigo Cuadrado en su viaje de 1852, le decidió, como a otros, a negar que hubiesen existido jamás tales esculturas, fundándose asimismo en la poderosa razón de que, en caso de haberse caído o de que las hubiesen quitado, se conocerían los huecos o bien los adornos nuevos que en su lugar se hubiesen puesto.

Grandes eran mis deseos de ver con claridad en este caos de contradicciones; llegó por fin el día deseado, vi efectivamente la portada, al parecer intacta y sin embargo, nada de las tan apetecidas esculturas, exceptuando la indicada por Flórez. Con lodo: no pude persuadirme de que el respetable Sandoval, que tan fielmente había descrito el retablo de San Millán de la Cogolla, hubiese podido faltar a la verdad hasta el punto de detallar minuciosamente y como testigo de vista lo que nunca hubiese existido. En estas dudas andaba yo fluctuando, cuando llamaron mi atención algunos sillares de un arco moderno pegado a la misma portada y que sostiene el campanario. Parecióme además que el de la puerta, cuajado de labores en todo su grueso, no debía acabar tan mezquinamente como con un simple cordoncillo; esto, unido a otras particularidades, me hizo concebir la sospecha de que, al construir la pesada torre del siglo XVII debieron cometer algún acto de vandalismo.

   Deseoso, pues, de aclarar mis dudas, expúselas al señor cura párroco don Antonio Carabera, así como el deseo de arrancar y reponer a mí costa algún sillar del arco de la moderna torre, y participando dicho señor de mi curiosidad, no encontró inconveniente en hacerlo, y ayudó en cuanto pudo. No bien había saltado la primera piedra, cuando se realizaron mis esperanzas, apareciendo en un magnífico capitel las dos figuras abrazadas y besándose que describe Sandoval, pero bárbaramente roto aquél en su parte inferior para sentar el malhadado sillar.



       Animado, pues, por este buen resultado, seguí con más afán la comenzada tarea, seguro como estaba de que en nada se perjudicaba a la solidez de la mencionada torre; pero lo malo era que detrás de los sillares venía una gruesa pared de cal y canto muy difícil de derribar. Ya comprenderá Vd. que la operación no era un derribo en regla, sino profundizar en un ángulo una abertura paralela a la línea de la portada.

     Por fin, a fuerza de tiempo y paciencia, tuvimos la gran satisfacción de ver aparecer y de contemplar con nuestros propios ojos un precioso cuadro de relieve con el rey a caballo, el azor en el puño, y la reina a pie abrazadaa él c omo despidiéndose. Los trajes son curiosos, y los verá Vd. en la lámina que voy a litografiar en cuanto regrese a la corte.

    En seguida mandé practicar otra abertura más arriba, a fin de descubrir el remate del arco principal, con la cual pude ver que consistía en una grandiosa greca o zigs zags, cuyas labores salientes picaron completamente para sentar más a gusto los modernos sillares.

No dudo, querido amigo, que a la lectura de la presente habrá Vd. participado de mi alegría, así como también de la satisfacción de ver renovada y ratificada tan poética tradición por medio de estas esculturas, ignoradas de todos por espacio de doscientos años próximamente, vindicando al mismo tiempo la buena memoria y veracidad del  historiador Sandoval.

 
    Debo decirle que todo lo descrito es un costado de la portada, comprendiéndose fácilmente que en el otro correspondían iguales adornos, con los demás pasos que describe el autor últimamente citado. Pero como al arrimar la desgraciada torre no lo hiciesen en línea paralela a la puerta, resultó que de un lado derribaron las labores y buen trozo de muro, empotrando en él uno de los machones, y en el otro no llega esto a la pared de la portada con media vara, por lo que lo prolongaron hasta dar con las esculturas; resultando de todo, que el arco de la torré del siglo XVI quedo sirviendo de marco a la linda puerta del XII, detrás del cual quedaron escondidas, mutiladas y aun destrozadas, todas las labores que excedieron los límites de tan indecorosa guarnición. Lástima y rabia da ver tal desacato y profanación por hombres que en su época pasaron por sabios, y que, a fuer de maestros de la escuela llamada del buen gusto, destrozaron cuantas poéticas creaciones cayeron en sus manos para ajustarlas a la buena arquitectura de regla y compás.

Gracias, pues, que nos dejaran lo que hoy admiramos en dicha portada y no la sustituyeran con la rutinaria decoración de dos o cuatro columnas, sosteniendo un simple frontoncillo con sus acróteras. 

    ¡Pobre San Pedro de Villanueva! La reforma de los iconoclastas pelucones no se contentó con el exterior, sino que echó abajo todo el cuerpo de la iglesia, cambiando sus tres naves de sillería por dos desaliñadas y lisas paredes, salvándose únicamente y como por milagro la capilla mayor y las laterales. Por la lámina de este trozo que le incluyo podrá apreciar lo que sería todo el templo. Del claustro Bizantino (1) solo dejaron tres arcos interiores, entrada seguramente a la antigua sala capitular, reemplazando dicho claustro con uno de gruesos y bajos pilares con arcos rebajados y un segundo cuerpo por el mismo corte. 

    Las sepulturas fueron violadas, sirviendo tres grandiosas tapas con relieves Bizantinos (1), de jambas y dintel a la puerta de la antes bodega de los monjes, situada en el mismo claustro. Una antigua pila bautismal regalada al monasterio por los bienhechores Juan y María en el siglo XII, como consta de una inscripción de la misma, despreciada también por los rincones desde que remozaron el edificio. Esta tuvo la bondad de trasladarla hace algunos años a la capilla de su casa de Cangas da Onís, el señor don N. Cortés, y a esto tal vez se deba su conservación. Podrá Vd. hacerse cargo de ella en el dicho dibujo de la capilla mayor, donde la he colocado como accesorio.

    Sin embargo que la presente pasa ya de los límites epistolares, no quiero cerrarla sin indicarle al menos alguno de los chistosos accidentes que pasaron. 

    Atendida la malicia o sencillez si se quiere de la gente campesina, y su afán en soñar riquezas, podrá Vd. hacerse cargo de la interpretación que desde luego se dio a nuestras investigaciones. No hubo palabras que pudieran disuadirles de la idea de que buscábamos un tesoro, y a esta voz acudían las gentes como llovidas; pero lo crítico fue el segundo día, pues al ver nuestras demostraciones de júbilo por la aparición de la cabeza del caballo, corrió como un relámpago la voz de ¡¡ya han topado un caballo de oro!!

     Baste decirle que tuvo que tomar parte la justicia de la inmediata villa de Cangas de Onís, ya para desengañar a los visionarios, como para frustrar, según se supo, los planes de algunos que, prevenidos con herramientas, intentaban por la noche, con exposición de un hundimiento, destrozar el muro, a fin de anticipársenos en el botín. 

    Últimamente, las buenas razones de dichas autoridades y de algunos vecinos ilustrados, y el mismo descubrimiento visto con más calma, lograron apaciguar los ánimos, llegando a convencerse y hasta conocer que el hallazgo era en realidad un tesoro, pero no del metal codiciado; sino histórico y de piedra, y aún opinaron y determinaron que no se volviera a tapar, quedando así a vista de todos.

    Basta, pues, por hoy: lo que resta será de palabra. Mañana parto para el monasterio de Obona, donde no sé si encontraré algún resto de los remotos tiempos de su fundador Adelgaster; si he de juzgar por la demolición de cuanto llevo visitado en Asturias, harto lo dudo: ¡cosa rara!

En ninguna provincia he visto más destrozos, al paso que ninguna ha tenido más medios de conocer y apreciar sus bellezas monumentales, pues como Vd. sabe, los más selectos escritores de nuestra patria, casi desde los tiempos de la invasión sarracena hasta nuestros días, se han ocupado de su descripción con entusiasmo.

Quedo en escribirle desde Obona; ínterin, consérvese Vd. bueno y con expresiones a los amigos, se repite de Vd. este muy suyo

 FRANCISCO PARCERISA."


     Hasta aquí la descripción del "redescubrimiento" de la portada tapiada; hay que decir que las dos últimas láminas una está firmada por Pascó; la otra pudiera ser de Parcerisa, aunque no se parece mucho a su estilo, porque están tomadas del libro de D. José María Quadrado, su amigo y compañero, en el cual participó como dibujante.



Antonio García Francisco, diciembre 2020


(1) El estilo románico era llamado todavía "arte bizantino". El término "románico", como concepto definidor de un etilo artístico, fue utilizado por  Charles de Gerville por primera vez en 1820, consideerando con este término todo el arte que se realiza anterior al estilo gótico desde la caída del Imperio Romano. El hecho de que esta carta esté fechada treinta y cinco años después nos da una idea de lo mucho que costó que el término "románico" se asentara definitivamente. 




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