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lunes, 27 de septiembre de 2021

Parábola del pobre Lázaro.

 

Evangelio de San Lucas 16, 19-31

"Lázaro es un pobre cubierto de úlceras que lamen los perros (quizás por el valor cicatrizante de la saliva canina). Lázaro se muere de hambre a la puerta de la casa de un rico opulento, esperando alimentarse de las migajas que caen de su mesa, pero el rico no le socorre.

Lázaro muere y es recibido en el seno de Abraham, el rico también  muere, pero va al infierno.

El rico le ruega a Abraham que envíe a Lázaro a traer una gota de agua en su dedo para aliviarle el sufrimiento abrasador. Abraham le recuerda su pasado de gran derroche y le responde que el abismo entre el infierno y el paraíso de su seno es insuperable e infinito."


 

Bronnikov Fyodor Andreevich (1827-1902)
La parábola de Lázaro.


El pobre Lázaro en la puerta del rico.
James Jacques Jpseph Tissot (1836-1902)


Decir a estas alturas del siglo XXI que las manifestaciones artísticas son expresiones creativas que permiten a las personas comunicar ideas, emociones o la percepción que tienen del mundo material o espiritual, sería casi una obviedad por lo usada que está la frase.

Sería hilar más fino decir que el denominado arte románico está hecho no solamente para comunicar, sino también para enseñar.

Y la realidad es esa. Las manifestaciones medievales románicas, tanto en escultura como en pintura, e incluso en arquitectura, nos hablan. Unas veces lo hacen sutilmente, como susurrando, otras, quizá las más, lo hacen a voces, pero nos hablan. El problema radica en nosotros, que nos hemos vuelto sordos y ni escuchamos ni entendemos.  En una época en que tenemos toda la información al alcance de la mano, seguimos ignorando muchas cosas que fueron del dominio público hace unos siglos.

A lo largo de las charlas radiofónicas mantenidas entre Manuel Martínez y quien esto escribe, ante los micrófonos de Radio Cangas Reconquista, lo hemos dicho muchas veces: en esta época, nadie daba puntada sin hilo.

Y así es. En un mundo en el que apenas existían libros porque, aparte de que casi nadie sabía leer, eran objetos de lujo al alcance de muy pocos, las historias que convenía contar se esculpían en piedra o se pintaban en paredes de iglesias y códices. Eso ya lo sabemos y lo hemos visto a lo largo de todas las entradas del blog. Las obras románicas tenían una función docente; eran en su mayoría o moralizantes o directamente temas religiosos contenidos en la Biblia, e iban dirigidas a personas iletradas.

Lázaro a la puerta del rico. Siglo XI.
Procedente de San Clemente de Tahull, se encuentra en el MNAC.
 

Y entonces, ¿a qué vienen estos párrafos? 

Pues a cosa muy sencilla. Hoy me ha venido a la cabeza las veces que hemos hablado, a través de las ondas, acerca del pobre Lázaro y el rico Epulón, y fíjese el amable y paciente lector en que la primera vez que nos salieron al paso en la conversación estos dos personajes, fue hablando de la acumulación de riquezas y de la avaricia, así como por la opción de amor preferencial por los pobres en la sociedad medieval, al repudiar con todas sus fuerzas los pecados de avaricia, lujuria y soberbia.

Lázaro y Epulón son los protagonistas de una parábola exclusiva del Evangelio de San Lucas (Lc 16, 19-31), quien la pone en labios del propio Jesús.

Hablando en puridad de conceptos, el nombre de Epulón no aparece en el Evangelio y, tal vez por ello, debiéramos escribir “epulón”, con minúsculas, tal y como hacen las biblias católicas que hablan de “la parábola del epulón” o “parábola del rico epulón y del pobre Lázaro” (Santa Biblia, ed. San Pablo; Sagrada Biblia Nácar-Colunga, B.A.C.; Sagrada Biblia, Bover y Cantera, B.A.C., Sagrada Biblia Ediciones Paulinas), pues conviene anticipar que, según el diccionario de la RAE, un epulón, del latín epŭlo, -ōnis, es un “hombre que come y se regala mucho”, lo cierto es que epulón es el nombre de uno de los rangos sacerdotales de los romanos, y que los  epulones eran los encargados de organizar los banquetes sagrados, ágapes estos que recibían el nombre de épulos. Llegados aquí, vemos una posible causa del nombre atribuido popularmente al rico. En fin, que Epulón no es un nombre propio, que conste, por mucho que hoy en día tenemos asumido que sí lo es.

Dicho esto, no podemos dejar pasar un detalle muy importante que también hay que dejar bien asentado. En latín, el sustantivo dives-itis significa rico, abundante, poderoso, opulento, y durante la Edad Media no se usaba el nombre de Epulón o epulón para nombrar al rico de la parábola, sino que se hacía con el término “Dives”, el rico. (Reilly Wendell. “Dives.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909).



Beato de Liébana, siglo VIII.
Los demonios Beelzebub y Radamas castigan a dives, el rico, en la figura de un hombre muy bien ataviado, de cuyo cuello pende una gran bolsa al tiempo que sujeta dos más con las manos.


Iglesia de San Juan Ante Portam Latinam. Santibáñez del Río, Salamanca.

“O dives, dives non omni tempore vives fac bene dum vis post mortem vivere si vis”

“Oh rico, rico no vivirás para siempre, haz el bien si tras la muerte deseas vivir”.

No obstante, para mejor comprensión, o para completar de algún modo la exposición, remitimos a la entrada de este blog publicada el día 11 de abril de este año, bajo el título de “Arte Románico. La Avaricia”.

Codex aureus Epternacensis, siglo XI. En el folio 78 (recto) de este manuscrito ilustrado, se observa esta imagen de la parábola del hombre rico y Lázaro. Se conserva en el Museo Nacional Germano en Núremberg.

Narra la parábola la historia de un hombre rico que vestía lujosos ropajes y celebraba a diario fastuosos banquetes, y la de un hombre pobre, Lázaro, 

quien, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas.”

Banquete del rico epulón. En la puerta, Lázaro cubierto de llagas que lamen los perros.

La cuestión es que murió el pobre Lázaro y los Ángeles lo llevaron al Seno de Abraham, 

A la izquierda, muerte de Lázaro. A la derecha, Lázaro en el Seno e Abraham.

y murió el rico y los demonios lo llevaron a los infiernos. 

Muerte del rico y su llegada a los infiernos.

Estando allí, vio el rico a Lázaro en el seno de Abraham y pidió que bajara a mojarle los labios con agua porque sufría mucho.

El rico pide a Abraham que permita a Lázaro darle agua. S. XV.

Y aquí viene la lección moral: Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que ya recibiste tus bienes durante la vida y Lázaro, por el contrario, males. Ahora él está aquí consolado, y tú eres atormentado.”

Continúa la parábola, pero a los efectos que nos interesa, lo dejamos aquí.

El rico y el pobre Lázaro. Catedral de Lincoln, Inglaterra. S. XIII, restaurado.
Fotografía de Tina Negus.

Lázaro llevado por los ángeles al Seno de Abraham y el rico arrojado al Hades por los demonios
Catedral de Lincoln, Inglaterra. Fotografía de Tina Negus.


Hemos hablado varias veces acerca de que el pecado más odioso en la Edad Media era la avaricia, madre que engendraba la gula y la soberbia, y aquí tenemos al rico que atesoraba más bienes de los que necesitaba y faltaba a los más elementales mandatos de la virtud de la Caridad. Incluso hoy en día, es necesario recordar una vez más aquel principio peculiar de la doctrina cristiana recogido por el Concilio Vaticano II, que afirma que “los bienes de la tierra están destinados a todos los hombres”.

Hemos visto al principio unas representaciones modernas de la escena, pero continuemos con una especial de siglos muy anteriores. 

En la que hoy es basílica de San Martiño de Mondoñedo, en la población lucense de Foz, pero que goza del orgullo de ser la catedral más antigua de España, pues en el siglo IX fue sede de dos obispados del Reino de Asturias, tenemos y disfrutamos de una pintura y un capitel que nos hacen volar hasta esta historia. En ellos se nos narra la primera escena, la del rico en la mesa del banquete con sus invitados y Lázaro en el suelo tendido mientras los perros le lamen las llagas.

San Martiño de Mondoñedo. Foz, Lugo. Parece que el sirviente le da algo a Lázaro con un palo, tal vez por no contagiarse de las llagas.

Está la cesta del capitel repartida en tres escenas, una por cada cara.

La de la izquierda es doméstica, pues en ella se representan los criados llevando una jarra.


La cara central nos presenta al rico sentado a la mesa en el centro de sus dos invitados, debajo de la cual aparece un perro.


Y en la tercera cara, la de la derecha, aparece tumbado en el suelo el pobre Lázaro ofreciendo su pierna al perro mientras que dos músicos amenizan la comida.













El símbolo está servido. No es necesario esculpir toda la historia, como ocurre en el códice miniado del siglo XI el cual, evidentemente, dispone en un pergamino de más posibilidades que en la piedra de un capitel, donde ni hay espacio ni probablemente pericia técnica suficiente, pero cualquiera que lo contemple (y lo conozca) se transportará a la parábola narrada por San Lucas. Ningún rótulo nos avisa de lo que estamos viendo, pero tampoco es necesario; el simbolismo del arte románico es lo que es, no se trata de una doctrina o de un método, sino, y no es poco, de un arte de vivir, de una manera de ver y de saber tradicionales que se expresan, unas veces como se sabe, otras como se puede en la época, y que van mucho más allá del arte románico porque nos eleva a la idea que se pretende transmitir, y esto, señores, vale para todas las técnicas: escultura, pintura, miniatura, orfebrería…

Me gusta mucho acabar como empiezo, darle vueltas a las cosas para que se queden igual que estaban, y creo que, en este caso, queda demostrado que el denominado arte románico está hecho no solamente para comunicar, sino también para enseñar, y este es un ejemplo: con una técnica y composición muy sencillas, nos han comunicado la parábola del pobre Lázaro y nos han hecho recordar las consecuencias de la falta de caridad. 

Y de paso, a los conocedores de la parábola, pues no la hemos contado completa, les recuerda la falsedad de la condición humana, pues cuando el rico está en el infierno, ya sí se acuerda de Lázaro y pide a Abrahám que le mande a darle agua y a avisar a su padre y hermanos de lo que les espera, pero, evidentemente, ya es tarde. 

No olvidemos el público destinatario del mensaje, personas muy preocupadas con pasar esta vida y disfrutar la prometida que les espera después de la muerte.

Antonio García Francisco.

Madrid, otoño de 2021