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viernes, 2 de abril de 2021

La Risus Paschalis, una costumbre prohibida.


Siempre nos han tratado de transmitir la idea de que la Edad Media era una época oscura, sucia y triste, de gran represión sexual, incluso lúdica, en la que las personas solo vivían para guerrear y sufrir calamidades, y nada más lejos de la realidad.

Solemos creer, entre otros tópicos acerca de esta época, que la actitud de la Iglesia hacia la sexualidad siempre ha sido pacata, dominada por la represión y mediatizada por la moral tradicional de nuestros días, y todo lo relacionado con ella pasaría a reprimirse y ocultarse en una actitud históricamente vergonzante. Es un error pese a lo que se cree, aunque el mito comenzó a forjarse con San Pablo, pero recordemos que fue San Agustín, en su juventud un gran libertino, quien pronunció su famosa frase "Señor dame la virtud de la castidad, pero no ahora".

Para demostrar el error generalizado, basta con echar un vistazo a buena parte de la iconografía artística de iglesias y catedrales, en las que capiteles, canecillos y metopas; sillerías de coros y gárgolas, entre otros elementos decorativos, a veces parecen un catálogo del Kama-Sutra. Y no solamente en el exterior, pues a pesar de esfuerzos de obispos, curas y sacristanes capadores, todavía quedan ejemplos en interiores.

Ventosilla y Tejadilla, Segovia. Capitel de la lujuria en el arco triunfal de la iglesia de Nuestra Señora de  Tejadilla


Pero sin duda, uno de los ejemplos más estrambóticos de desinhibición en ese tema es el denominado "Risus Paschalis", que hoy traemos al blog de Radio Cangas, y que no es sino una forma de manifestar la risa, la alegría y el placer en espacio sagrado y, por tanto, estrechando vínculos entre los creyentes, los sacerdotes y Dios mismo allí presente.

La expresión significa la risa de la Pascua, y se debe a que es una provocación a reír que se da precisamente en tiempo pascual.

Sacerdote haciendo títeres en el púlpito

Pongámonos en situación. En aquel tiempo, en los siglos IX a XIII, por ejemplo, la Semana Santa no era precisamente un tiempo para irse unos días a la playa a ponerse morenos y hartarse a comer marisco y beber cerveza, era época de ayuno, penitencia, sacrificio y recogimiento. Tras la dureza y la austeridad de la Cuaresma, llegaba el momento de solazarse, de superar la tragedia de la muerte de Cristo, y nada mejor que hacerlo a través de una actitud de burla hacia ella, ensalzando así el triunfo del hijo de Dios.

El cura, al dar misa, debía provocar la alegría en sus fieles; más que eso, debía divertirles hasta la risa, para lo cual no había problema en que echara mano de chistes verdes o que incluso realizara él mismo gestos procaces. No debemos juzgar la mentalidad del siglo X desde la óptica que nos brinda la razón del siglo XXI; consideremos lo mucho que ha cambiado la manera de pensar desde entonces; simplemente tenemos que recapacitar en que en aquellos días era una manera de estrechar vínculos entre los creyentes, los sacerdotes y Dios.

Iglesia de Ntra. Sra. de Tejadilla. Ventosilla y Tejadilla, Segovia.

Así, la ceremonia discurría por unos cauces bastante sorprendentes para la comprensión actual. Resulta casi insólito imaginarse al oficiante imitando obscenamente el acto sexual en lo alto del púlpito o mostrando sus genitales mientras la gente se carcajeaba en los bancos con los chistes poco decorosos que contaba. O cacareando como una gallina y rebuznando como un asno. O imitando a los feligreses en sus costumbres y manías. Esta costumbre se documenta ya desde el siglo IX en Francia y fue extendiéndose por todo el Norte de Europa, Italia y España. En realidad, el lugar en el que más raíces echó fue Baviera.

Se cuenta, se dice, se comenta, que incluso se llegaron a dar casos de actos sexuales en la iglesia, algo que se empezó a considerar un exceso. Pero tal vez solo sean dimes y diretes. El caso es que, como factor común, podemos ir sacando que la idea de que la cosa empezaba a irse de las manos y había que hacer algo.

Los primeros en tomar medidas fueron los protestantes, cuya austeridad conceptual no casaba con ese tipo de tradiciones. Pero al mismo tiempo, en el siglo XVI, con el Concilio de Trento, también Roma empezó a verlo con malos ojos y a la prohibición decretada por el papa Clemente siguió la de Maximiliano III, príncipe elector del Sacro Imperio Romano Germánico.

No obstante, era una costumbre muy arraigada desde hacía setecientos años; estaba tan introducida que pervivió en tierras alemanas hasta bien entrado el siglo XIX, cuando el Compendium constitutionum ecclesiasticarum Diocesis Ratisbonensis dejó bien claro que de “ningún modo se harán las prédicas pascuales del tipo que el pueblo denomina ostermärlein”. Se refería a las fábulas de Pascua que el sacerdote narraba a los feligreses y que revestían un marcado carácter escabroso como resto de la antigua risa de Pascua. La traducción de ostermärlein es “cuentos de hadas de Pascua”.

 A pesar de esto, todavía se pudieron ver en Alemania, aunque muy rebajadas de tono, hasta el año 1911.

En España no hay constancia de cuándo se suprimió esta costumbre, pero en Madrid existía otra que fue prohibida en tiempos de Carlos III, en la que procesionaba un majo crucificado, cubiertas sus vergüenzas con un paño que podríamos llamar simple taparrabos, y al llegar al templo, en el momento en que se representaba la resurrección,  se bajaba de la cruz, se vestía con las prendas características del majo goyesco y se ponía a bailar fandangos o boleros, con el imprescindible acompañamiento de las omnipresentes guitarras. No nos riamos ni nos escandalicemos, era simple y llanamente, la exteriorización de la alegría de saber a Dios resucitado. Y lo creían firmemente.

Un majo madrileño del siglo XVIII

Tan firmemente, que la costumbre de bailar danzas profanas en las iglesias estuvo muy arraigada hasta la prohibición de Carlos III, aunque quedan muestras autorizadas como los Seises de Sevilla.

En algunas localidades se siguen tocando músicas profanas en el templo, incluso pasodobles, tangos, coplas populares como la Parrala antes de empezar las ceremonias religiosas. Incluso, no hace muchos años, quien esto escribe escuchó en misa, en una iglesia de Galicia, en el momento de la Consagración, sonar, hábilmente interpretados por el organista, los acordes de la banda sonora de la película Gilda, dirigida por Charles Vidor, que contó con Rita Hayworth y Glenn Ford como actores principales.

La Risus Pascalis nunca murió del todo.


Antonio García Francisco.

Semana Santa 2021

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