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domingo, 29 de noviembre de 2020

Desde la portada de la iglesia del monasterio de San Pedro de Villanueva. ANTONIO GARCÍA FRANCISCO.

                Hablar de los capiteles de la portada del monasterio de San Pedro de Villanueva es algo que por razones muy personales me atrae desde hace tiempo y por fin hoy me he decidido.

             Atribuida su fundación allá por el siglo VIII al rey asturiano Alfonso I el Católico, por sugerencia de su esposa, Hermesinda, hija del caudillo vencedor en Covadonga, hoy en día podemos admirar lo que dejaron de su parte románica del siglo XII las reformas habidas en los siglos XVII y XVIII. Ya se sabe lo que pasó en estos siglos con los monumentos románicos, bizantinos decían ellos: sufrieron las consecuencias de los problemas de tener dinero, ganas de hacer cosas y gusto dudoso que despreciaba lo antiguo en aras de la modernidad del momento (pero era la época, no las personas).

                 Solo un dato más, porque quisiera abreviar, para centrarme en el meollo y no irme por las ramas de este frondoso árbol que, sin lugar a dudas, daría frutos y hojas para escribir muchos folios: la reina Hermesinda “rogó” a su esposo, que erigiera la iglesia en memoria de su difunto hermano Favila, a cuya muerte fue proclamado rey Alfonso, su marido. 

            Solo queda decir que, según las Crónicas, Favila era muy joven, unos diecisiete años, y que murió en una accidentada cacería en la que se enfrentó a un oso. Eso es lo que dicen las Crónicas, y como solo dicen eso, hay que aceptarlo, pero la sabiduría popular, la tradición y las sospechas razonables nos transmiten otra versión posible pero difícil de probar, aunque... quizás nuestro libro de piedra nos cuente algo que no sería políticamente correcto decir a las claras.

             La interpretación de esta singular portada no la voy a hacer yo, la va a hacer un testigo que la contempló maravillado, y que fantaseó con ella para buscar una explicación. Fue hacia el año 1615 y me refiero al benedictino Fray Prudencio de Sandoval, obispo de Pamplona, cronista de Su Majestad el Rey Nuestro Señor Don Felipe el Tercero y primo del I duque de Lerma, don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, valido del rey. 

             Y dice así nuestro buen fraile obispo, personaje que merecería que escribiéramos aquí algo más sobre él, pero éste no es el momento porque vamos con prisa: 

 “… Como el rey don Favila hubiese vencido en esta misma vega, o cerca de Santa Cruz, una gran cabalgada de moros, que habían entrado a correr aquellas montañas, teniendo sus tiendas en el campo, cerca de la ermita que digo de Santa Cruz, sin el saco de malla que traía con el pavés en la mano, y espada en la cintura, quiso ir a montería.  
 Su mujer, la reina Froiluba, dándole el corazón saltos con temor de algún mal suceso, porfiaba con el rey que se desarmase, que venía cansado de pelear, que dejase por aquel día la caza.  
Tirábale de la falda de la ropa pidiéndole con lágrimas y palabras de amor que se apease, el rey porfiaba en ir, y tomando un azor en la mano se despidió de la reina, y ella con mucho sentimiento, le abrazó y besó, quedando muy lastimada por los malos anuncios que le daba el alma.  
El rey subió por un monte que está cerca de la vega que se llama Sobremonte, junto al lugar de Helgueras, metióse en un vallecillo que hace este monte, y yendo solo topó con un oso; osada y atrevidamente, soltando el pájaro que llevaba, echó mano a la espada, y embrazó el pavés, apeándose del caballo cerró con el oso dándole una estocada por los pechos, o ijadas, mas no bastó a quitar al oso que se abrazase con el rey y le hiriese hasta matarle, sin tener quien le ayudase…”

 […] 

“Sucedió en el reino don Alonso [sic.] llamado el Católico, casado con doña Hermesenda [sic.] hermana de don Favila, fue muy llorada la muerte desgraciada del rey, particularmente por su hermana, la cual pidió a su marido el rey don Alonso, que edificase un monasterio dedicado al príncipe de los Apóstoles San Pedro. 


Escogieron el sitio donde dije a media legua de Santa Cruz, edificaron una muy hermosa iglesia de tres naves, y de tan linda cantería, y tan bien labrada, que parece se acabó de hacer ahora, habiendo 869 años que se edificó, no hay sentimiento ni en un sillar de toda ella.

 Labraron (como dije) las figuras talladas en las columnas y capiteles de ella, y a la puerta de esta iglesia, el caso desdichado de la muerte del rey don Favila, que fue causa de fundarle aquel monasterio.

 Está un caballero cubierto de malla y una celada en la cabeza, un azor en la mano, y a caballo, y una mujer que se abraza con él, y como que tirara para detenerlo. 
Al otro lado del arco están estas mismas figuras, y besándose, que debía de ser cuando ya no bastaron los ruegos de la reina para detener al rey. 

En otra parte está el mismo caballero armado, y con el yelmo o celada, embrazado el pavés, que le cubre de pies a cabeza, y la espada metida por el cuerpo de un oso, y el oso presas ambas manos en el pavés, y abierta la boca. 

[…] 

En otra parte de la puerta de esta iglesia está este caballero sin armas, los vestidos largos hasta los pies, encima de ellos una a manera de almática, sin mangas, labrada por toda la orilla, estrecha por los costados, y se prendía este capote, digo las dos aldas, por los costados con unos lazos como pasamanos con botones; la cabeza descubierta con larga cabellera, los zapatos puntiagudos, el caballo en que iba sin pretal ni grupera, solo tenía silla, estribos y freno. 

La mujer tiene el tocado alto, con una toca por debajo de la barbilla, como lo usan ahora las labradoras más ricas, y aún muchas hijasdalgo de aquellas montañas; sobre los vestidos tiene otra ropa como la del rey larga hasta los tobillos y presa por los lados y escotada. Este es el traje más antiguo que se halla de los reyes de España, y muy digno de ser notado, que debía de ser el de los godos. Después tomaron nuestros reyes el vestir de los moros, salvo los turbantes, que no los usaron...” 

                Siempre digo que hay tantas interpretaciones como intérpretes, que lo que manda, además de los conocimientos de cada uno, es la imaginación, y aquí hay una prueba de ello.

                Hace poco leí en Internet una versión jocosa, como si dijéramos que estamos viendo una secuencia en la que un caballero se despide de su esposa y se va con una amante, muy bien contada, lo reconozco, y sobre todo, acorde con la frase popular que afirma que "a Favila no le mató un oso, le mató un marido celoso”. Ni caso hago cuando se habla en broma de algo tan serio como es el Románico.
        También copié otra muy respetable que asegura que 
“…las escenas de despedida de caballero se asocian al triunfo del caballero cristiano sobre el mal y al encuentro entre Cristo y María, entre Cristo y su Iglesia; esa interpretación de victoria sobre el mal se abona, en Villanueva, por la presencia de la lucha del guerrero y del ángel con el monstruo, en los capiteles contiguos…” 
            Tengo que pedir perdón a su autor porque la copié, pero olvidé anotar su nombre y el libro. Fallo mío, un error garrafal, lo sé. 
        Y luego está la interpretación más común, esa tan frecuente que aparece en los manuales, la interpretación del que no se moja ni cuando se baña, la que describe la portada diciendo “capiteles decorados con escenas galantes” y ya está. Como si la Orden Benedictina estuviera en el siglo XII para andarse desperdiciando con escenas cortesanas la portada de un monasterio sin aprovecharla para dar una lección moral o catequística. 
            Por mi parte, ignoro si fue encargada intencionadamente por los benedictinos esta decoración, pero tengo claro que fueron ellos quienes la pagaron y nadie compra algo que no le gusta. 
            Como el pensamiento no delinque, opino que sí, que ordenaron que fuera esculpido ese conjunto y que en el siglo XII quisieron dejar escrita para siempre la historia de la muerte del desafortunado rey y, no conformes con ello, que además dejaron un par de claves muy interesantes a manera de firma, una en la portada y otra en el interior. 
            Lo cierto es que la tradición se mantiene viva y, siguiendo el principio que tanto me gusta de la Navaja de Ockham, que dice que entre varias soluciones a un problema la más aconsejable es siempre la más sencilla, doy mi voto a Fray Prudencio de Sandoval. 
            Y me fumo un puro de lo tranquilo que me quedo. 
            Voy a poner las fotografías, pero no quiero cerrar sin explicar la que creo que es una de las dos claves, la primera que me llevan a asegurar que estamos ante la historia de la muerte de Favila, otra explicación no tiene cabida; no es ni puede ser aquí una historia galante, ni jocosa, ni simbólica. 
            La otra clave dije que está en el interior y ya hablaré de ella otro día. 
        Qué,  ¿me diréis que tengo mucha fantasía? Pues sí, y por eso me gusta el arte románico, porque me deja desarrollarla. 
            Vamos allá. 
          Considero clave el capitel con la escena en la que los ángeles salvan a un humano, quizás un alma, de ser devorado por una de las dos cabezas de un monstruo, un bicho con alas, garras y dos cabezas que con la otra boca ya ha devorado a un hombre o a su alma, de la cual nos deja asomar una pierna qu aún no se ha comido. 
         Este monstruo es una anfisbena, una serpiente con dos cabezas, con mucha mitología y muchas historias y descripciones a cuestas, además de diferentes representaciones, pero para el cuento que nos traemos entre manos lo que nos interesa saber es que, a causa de sus dos cabezas y la capacidad de desplazarse en dos direcciones, a pesar de su carácter negativo, la anfisbena se convirtió con el tiempo en otro símbolo más de los muchos que conocemos del bien y el mal. 
        Además, esta tesis viene bien abonada porque en la siguiente página de nuestro libro de piedra están esculpidas unas águilas, reinas de los cielos. Las águilas, reinas de los cielos, son símbolo inequívoco de Jesucristo, el Rey de los cielos. ¿Habrán llegado ya a su destino los ángeles con el alma que salvaron? Pues no sabemos, pero al menos sabemos a dónde van. Por otro lado, las águilas enfrentadas, o mejor dichjo, los pájaros enfrentados, representan el mundo de los opuestos y lu lucha constante, pues ambos son complementarios. No es posible definir algo como grande si no es comparando con algo pequeño, La noche y el día, lo feo y lo hermoso, lo bueno y lo malo, el amor y el odio son pautas que existen y están presentes en los templos. Y en nuestro caso, aunque solo sea por medio de esos roleos que giran en sentido contrario en la parte superior de la cesta de todos los capiteles.
        Primera pista servida: a Favila le mató un oso, o le mató un marido celoso… o, yendo más lejos, buscando imaginativamente el mensaje oculto, el que ya hemos encontrado porque se refiere al símbolo del bien y del mal representado por la anfisbena, también tenemos que al “REY” Favila le mató el “REY” de la montaña, pero… ¿Es realmente el oso, rey de las montañas, ese rey matador? ¿Podría haber por allí otro depredador real?  
        Algo parece claro y no lo perdamos de vista: una cabeza de la anfisbena deja que los ángeles se lleven a su presa; la otra, devora a la suya. Pudiera ser el bien y el mal que representa esta criatura.

                 Lanzo un reto a la imaginación del lector para que piense quién pudo ser ese rey que nos falta, pero como soy generoso doy otra pista, las preguntas que se hace cualquier investigador de un crimen desde tiempos de Cicerón: Qui bono? Qui prodest? (¿A QUIÉN BENEFICIA?). ¿Acaso no era cántabro Alfonso I y a la actual Cantabria se la llamó La Montaña hasta el siglo XIX desde al menos y que se sepa, el siglo XIII por escrito y oralmente antes? ¿El rey de la montaña o el rey de La Montaña? Vuela, imaginación, vuela, que eres libre.

            La respuesta está en el viento, diría el gran Dylan, pero creo que nos la dio hace más de dos mil años Séneca, el filósofo, político, orador y escritor nacido en Córdoba el siglo IV a.C., en su obra Medea (acto primero, escena primera, versos 500-501): "qui prodest scelus, is fecit", “aquél a quien aprovecha el crimen es quien lo ha cometido”.

          Oculto el mensaje en nuestro libro de piedra, tal vez los benedictinos nos quisieron decir que solo un rey mató a otro rey. 

        No iban a desperdiciar los buenos monjes la portada de un monasterio contando historias galantes, ¿verdad? La respuesta no solamente está en el viento, querido Bob, también puede estar en la piedra.

         Recordemos mi regla: nadie daba puntada sin hilo. Y en este caso podemos añadir “y menos los monjes”.










Antonio García Francisco, 

Madrid, noviembre 2020 

 

 

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