Aunque parezca increíble, todavía en estos años, en
pleno siglo XXI, la historia de nuestro país está llena de verdades a medias:
en muchos libros, y seguimos hablando de ellos, los siglos de expansión
española fueron oscuros capítulos que, más que engrandecerse, se enrocan en
episodios de menosprecio llenos de prejuicios donde se puede apreciar lo poco
que llegamos a saber de aquellos hombres y mujeres que construyeron con su
esfuerzo al mundo que hoy conocemos.
Uno de los ejemplos latentes es el siglo XVIII. El
cambio de dinastía trajo aires renovadores que impulsó a una España muy
debilitada ante los frentes creados por países, los de siempre, que no podían
soportar que los mares y sus orillas estuvieran dominados por un país como el
nuestro, atrasado, brutal y bárbaro, capaz de atrocidades que solo ellos han
visto, derrotas inventadas y relatos que reflejan la persecución mediática a la
cual estaba sometida.
La España imperial, como se define esa época, resultó
más un conjunto de entidades bajo la tutela de administradores, buenos o malos,
que convirtieron los territorios en provincias, a sus pobladores en súbditos y
sus recursos en un bien común, sin olvidarnos de que nunca podemos ser críticos
en unos tiempos donde se vivía y se moría dentro de unas pautas incompresibles
en nuestro tiempo. La vida y la muerte tenían otro significado y para
entenderlo tendremos que vestirnos como ellos, vivir como ellos y sacrificarnos
de manera superlativa, ya que, sin ponernos las gafas de la época, como dice José
Carlos, no entenderemos nada de ellos y de lo que significaron sus hazañas.
Para charlar sobre este importante siglo XVIII
contamos con un experto:
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