Siempre vemos la vida, o la mayoría de las veces, de una persona relevante en la historia desde el punto de vista de su legado: de un pintor admiramos las líneas de sus pinceladas a lo largo y ancho de un lienzo, de un escultor las líneas marcadas de sus creaciones, el pulido de sus esculturas y el simbolismo y expresión que sus obras nos reflejan y así podríamos seguir con arquitectos, ingenieros etc., etc, todos y cada uno de ellos nos haría ver en sus creaciones aquello que su talento les revelaba, ya lo decía Miguel Angel, él solo se limitaba a quitar todo lo que sobraba, ahí la grandeza de poseer esa capacidad de profundizar más allá de ese lienzo o ese bloque de mármol.
Aunque sus
biografías pueden ser ampliamente difundidas, existen pasajes de sus vidas que
convierten en incompleta la historia que hemos adoptado más como costumbre que
por exacta. Imaginaros comenzar un viaje por aquellos rincones que fueron tan
comunes en sus vidas que en cotidianos se convirtieron, lugares irrelevantes
que su presencia prendió la mecha de importantes obras, grandes composiciones
como la Tocata en fuga de nuestro protagonista que se dice que surgió como
prueba de los nuevos órganos de una iglesia

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