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miércoles, 3 de julio de 2024

“…Una historia no escrita, sino labrada en piedra.”

La portada de un edificio es el elemento que marca la separación entre el exterior y el interior del mismo. Aplausos, por favor, es una frase propia del gran Pero Grullo.

Pero en los edificios religiosos ya adquiere un nuevo significado: marca la línea divisoria entre el mundo profano, el exterior, y el mundo espiritual del espacio interior dedicado a la divinidad.

Curiosa la palabra “profano”. La heredamos del latín y se compone del prefijo “pro”, que significa “delante de”, y del sustantivo “fanum”, el templo. Así, lo profano sería lo que hay de puertas afuera del fanum, del templo o el santuario, o sea, lo que no forma parte de lo religioso y de lo sagrado. Por el contrario, en el interior del espacio sagrado estaban los “fanaticus”, los servidores del templo, que con el tiempo cedieron el apelativo a la creación del verbo fanor-fanari-fanabor-fanandi (perdón si hay algún error, estoy tratando de recordar el latín aprendido y olvidado a la vez hace más de cincuenta años), que daría lugar al concepto de los fanaticus no ya como guardianes o servidores, sino como los “poseídos por el fervor religioso”, y al de profanare, ensuciar, corromper el interior del templo con las cosas mundanas.

¡¡Cuánto ha cambiado el idioma en dos mil años, eh?? Nada que ver con el significado que le asignamos hoy en día a estos vocablos.

Pero situarnos ante la portada ya nos coloca frente al primer símbolo del templo. El símbolo de pasar a un mundo diferente.

La portada del templo es la frontera entre dos universos:
un mundo profano y un mundo sagrado.



    “Yo soy la puerta. Quien pase por mí se salvará”, nos dice en su evangelio San Juan.

Efectivamente, la puerta del templo ya es en sí misma un símbolo que representa a Jesús. Pasar por la portada es ir al encuentro con Dios.

En el monasterio de San Pedro de Villanueva nada va a ser diferente: la portada separa el mundo alejado de la espiritualidad que reina en el exterior, del mundo religioso del interior. Y ya nos manda avisos para que nos enteremos de que, al traspasarla, vamos a realizar un viaje al mundo de la Luz partiendo del mundo de las Sombras.

Veamos esas advertencias.

En el estilo románico, toda la portada es un símbolo en sí misma, y no tiene por qué ser religioso solamente, pues puede ser también moral o mundano (o ambos a la vez). Así, por ejemplo, es nuestro caso: tenemos un mensaje religioso y otro profano.

Las arquivoltas, de alguna manera más o menos clara, suelen representar en todas las portadas, la bóveda celeste y, por extensión, lo que en ella se contiene. También es fácil encontrarnos escenas que recuerdan al Apocalipsis, pasajes bíblicos del Antiguo y Nuevo Testamento… mientras que en los capiteles podemos encontrar de todo un poco.

En las arquivoltas predominan el uno y el cuatro.

En la portada de nuestro monasterio predominan el número uno y el número cuatro, y para mejor comprensión, la he dividido en dos zonas claramente definidas: las arquivoltas y los capiteles que las soportan.

El número cuatro lo tenemos en que son esa cifra las columnas de cada lado de la portada, las cuales terminan en sus correspondientes capiteles, cuatro a cada lado, y éstos sustentan cuatro arquivoltas.

En la exterior, un zigzag característico del románico asturiano, ya contemplado en todo su esplendor en la iglesia de San Juan de Amandi, por ejemplo, nos lanza un nuevo símbolo por su semejanza a las ondas del agua, concretamente de las aguas bautismales.

Efectivamente, esta arquivolta nos está recordando que para pasar del espacio profano al interior del templo y participar de la vida espiritual que en él se nos ofrece, lo primero que hay que hacer es bautizarse. Pasamos simbólicamente bajo las aguas del bautismo y penetramos en los secretos del fanum.

No es infrecuente encontrarse algunas iglesias románicas por la geografía española en las que se corrobora este símbolo colocando la pila bautismal en el exterior del templo, generalmente en la galería porticada, para primero bautizarse en el exterior y luego pasar al mundo interior.

Zigzag que representa las aguas bautismales
en la iglesia de San Xuan de Amandi



Detalle del zigzag  y tetrapetalas en la iglesia 
de San Xuan de Amandi

 

Bajando la vista desde esta arquivolta, en las otras tres nos encontramos con que en ellas se representan, en su cara exterior, flores tetrapétalas con un botón en el centro, mientras que en la interior hay cabezas de clavo en forma de pirámide de base cuadrada con un punto en su vértice. 

Detalle del zigzag, tetrapétalas botonadas y cabezas de clavo en San Pedro de Villanueva


Ahí está el símbolo. El número cuatro es el número que representa el mundo, la obra perfecta y plena de Dios. Cuatro son los puntos cardinales; cuatro son los ríos del Paraíso: Pisón, Guijón, Tigris y Éufrates; cuatro son los elementos de la Naturaleza: tierra, aire, fuego y agua; cuatro son los vientos de Dios: oriental o solano, occidental, aquilón y austro; cuatro son los evangelistas; cuatro son los lados del cuadrado, el emblema del mundo y de la naturaleza.

El cuadrado es en sí mismo un símbolo de orden, y si se inscribe dentro de una figura circular, o una figura circular dentro de él, entonces representa el principio fundamental de todo cuanto nos rodea. Y hete aquí que nuestras tetrapétalas, nuestras flores de cuatro hojas que representan al mundo, tienen inscrito un pequeño círculo en el centro; es el uno, la unidad, la unicidad de Dios que se nos recuerda en Efesios 4,5 y 6: ”un Señor, una fe, un bautismo, y un Dios y Padre de todos” o en Deuteronomio 6,4: “Oye, Israel: el Señor nuestro Dios, el Señor es uno”

Y lo mismo ocurre con las cabezas de clavo, pequeñas pirámides de cuatro caras con un botón esférico en su vértice.

El símbolo está servido. El cuatro, el mundo, regido en su centro por el uno, por Dios. Un recordatorio a todo el que pase por esta portada: primero, has de pasar por las aguas bautismales; después, habrás de tener presente en todo momento que el mundo está regido por Dios.

Y a partir de este momento ya podemos pasar a hablar de los capiteles: cuatro a cada lado de muy diferente factura, pero relacionados entre sí los ocho.

Capiteles en San Pedro de Villanueva.
Cuatro a cada lado interrelacionados entre sí

Curioso el número ocho, guarismo que representa la salvación, la resurrección, el paso a una nueva vida; el octavo es el día siguiente a la culminación de la Creación, el día en que el hombre empieza su vida. Dios creó el mundo en seis días, descansó el séptimo, y el octavo el mundo comenzó a funcionar por sí mismo.

Hablar de los capiteles de San Pedro de Villanueva es hablar de una permanente disyuntiva, un dilema constante, pero antes de seguir adelante vamos a recordar las tres normas que observo desde hace años:

1ª: Al canecillo y al capitel, mirarlo del derecho y del revés.

2ª: Nadie daba puntada sin hilo.

3ª: Hay tantas interpretaciones como intérpretes, pero en caso de varias respuestas y todas válidas, aplicar el principio de la parsimonia, también llamado la navaja de Ockham: la más sencilla probablemente sea la correcta.

Guillermo de Ockham:
 "en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable"




Capiteles del lado izquierdo de la portada principal del templo
del monasterio de San Pedro de Villanueva




Capiteles de lado derecho de la portada principal del templo
del monasterio de San Pedro de Villanueva

















Llegados a este punto, quizás sea conveniente citar algunas interpretaciones anteriores a la que pretendemos realizar.

La primera, por orden cronológico, la que escribió Fray Prudencio Sandoval en su obra El Libro de los Cinco Obispos, publicada el año 1615, tras la visita que había realizado al monasterio años antes:

“Los bajorrelieves de S. Pedro de Villanueva forman una historia no escrita, sino labrada en piedra”.

Atención a estas tres palabras: “historia no escrita”, habrá que incidir en ellas.

Historia de los cinco obispos, año 1615, donde
Prudencio Sandoval habla de la "historia no escrita"


Hay que aclarar que, entre los siglos XVI y XVII, tres historiadores asentaron firmemente muchas tradiciones y leyendas, todas recogidas del “saber popular”. Se trata de tres religiosos: Ambrosio de Morales (jerónimo), Padre Juan de Mariana (jesuita) y fray Prudencio Sandoval (benedictino). Nuestro fray Prudencio no destacó por sus investigaciones: escribía tanto lo que encontraba como lo que le contaban; a veces, se topaba con versiones diferentes y las recogía todas sin indagar; en otras ocasiones, plagiaba directamente sin ningún tipo de rubor. Así llegó a nuestro monasterio y escuchó esa “historia no escrita” de la que habla, y que no es otra sino la de 

“la hiftoria de la caça y muerte del rey don Fauila como la vi labrada de figuras de piedra en la portada de la Iglefia de fan Pedro de Villanueua Monafterio de S. Benito en Cangas Donis”.

¿Por qué “historia no escrita”, si la muerte de don Favila estaba narrada en la Crónica Rotense de Alfonso III desde el siglo X? Paciencia: lo investigaremos.

Primera página de la Crónica de Alfonso III,
Códice de Roda de Isábena (Crónca Rotense)


Transcurre más de un siglo desde la visita de Prudencio y el año 1729, Fray Anselmo González, abad de San Pedro de Villanueva, escribe:

“En la portada de la iglesia se halla grabada la historia del Rey don Favila cuando le despedazó el oso”.

Seguimos con la misma intriga: la historia de la muerte de don Favila estaba escrita desde hace más de ochocientos años; las crónicas dicen que a Favila le mató un oso, y si las crónicas lo dicen hay que creerlo porque son la única fuente escrita de la que disponemos. Y seguimos preguntándonos: ¿cuál es esa historia no escrita a la que se refiere fray Prudencio?

El tiempo sigue su curso y llegamos a la segunda mitad del siglo XX. Los intérpretes dan un giro brusco, abandonan a Favila y nos ofrecen unas nuevas versiones de la historia "labrada de piedra".

“En cuanto a su interpretación, (…) las escenas de despedida de caballero se asocian al triunfo del caballero cristiano sobre el mal y al encuentro entre Cristo y María, entre Cristo y su Iglesia; esa interpretación de victoria sobre el mal se abona, en Villanueva, por la presencia de la lucha del guerrero y del ángel con el monstruo, en los capiteles contiguos.”

Interesante. 

No perdamos de vista que se refiere exclusivamente a “las escenas de despedida de caballero”. Y atención: veremos que en el capitel tercero un ángel lucha con un monstruo, pero en el cuadro no aparece guerrero alguno.

“El tercer capitel describe la lucha de San Miguel y la corte angélica con el dragón (…), y el cuarto exhibe dos parejas de aves, finamente esculpidas y enmarcadas por dos pares de grandes volutas.”

En este punto ya queda identificado el ángel como San Miguel y queda sustituido el inexistente guerrero por la corte angélica. Además, se introduce la descripción del cuarto capitel: “dos parejas de aves, finamente esculpidas, y enmarcadas por dos pares de grandes volutas”. Y ahí se queda, sin relacionar el cuarto capitel con los otros tres; sin relacionar las grandes volutas con los otros siete capiteles de la portada.

Tercer capitel. Sorpresa: el dragón es una anfisbena


Por si lo hubiéramos olvidado, recordemos que estamos hablando de la escena de la despedida del caballero.

“En realidad, se trata de una alegoría medieval sobre la lucha entre el bien y el mal y la reafirmación religiosa del encuentro de Cristo con su comunidad.”

Continuamos

En nuestra opinión, este sería el afán de una Iglesia dirigida por los postulados de la Reforma Gregoriana, por controlar a una sociedad aristocrática, (…), en algunos de los actos sociales más importantes de su vida, como el matrimonio.

(¡…!)

Una portada por la que pasaban al templo los campesinos (los monjes tenían su puerta propia desde el claustro) con un mensaje sobre el matrimonio de los nobles. Una recomendación encaminada a unos aldeanos cuya única preocupación era, con la guerra muy lejos de estas tierras, después de una dura jornada de trabajo, poder acostarse todas las noches con el estómago lleno y cuidar de su alma para poder ir al cielo cuando fallecieran. La pregunta sería cuántos nobles pasaban entre los capiteles para recibir el mensaje.

Continuamos.

Ya en 2022 podemos leer:

“También se ha propuesto un valor más convencional, en donde el caballero representa una alegoría del buen cristiano que parte hacia su camino junto a Cristo.

Recordemos que nos estamos refiriendo exclusivamente a las piedras en las que su labra representa a un caballero, jinete en su caballo, despidiéndose con un beso de una dama.

Año 2023:

“Quizás se trata de trasladar los ideales caballerescos al terreno religioso y aleccionar al monje para convertirse en miles Dei, soldado de Dios dispuesto a luchar contra el Maligno en defensa de la fe. (…) Y el único modo de conseguirlo es renunciar a las tentaciones del mundo y de la carne. La mujer que queda atrás cuando parte hacia la lucha es la representación de esas tentaciones y de lo que hay que abandonar para seguir el camino de la virtud.”

Resumamos lo que llevamos avanzado:

                        HASTA FINALES DEL SIGLO XX


Interpretación hasta mediados del siglo XX


DESDE FINALES DEL SIGLO XX

Interpretaciones variadas desde finales del siglo XX


Antes de continuar, recordemos que los capiteles de la portada de San Pedro de Villanueva permanecieron ocultos desde finales del siglo XVII, cuando se construyó la actual torre, y fueron redescubiertos por “el dibujante, arqueólogo y editor literario y artístico” D. Francisco Javier Parcerisa a mediados del siglo XIX. Había dibujos publicados por la prensa gráfica de esta época procedentes de viajeros de siglos anteriores y Parcerisa decidió quitar algunos sillares. Lo narra magníficamente él mismo en el diario La España, ejemplar 2.308 de fecha 11 de octubre de 1855, en un artículo que reproduce una carta dirigida al director desde Oviedo con fecha 31 de agosto del mismo año, en la que dice que ya sospechaba “algo” desde 1852.

La España, 11 de octubre de 1855

La España, 11 de octubre de 1855


La España, 11 de octubre de 1855


Reproducimos un párrafo de dicho escrito por el gracejo que tiene la anécdota que nos refiere sobre el hallazgo y por la forma en que se decidió dejar las figuras al descubierto para siempre:

 

“Atendida la malicia o sencillez si se quiere de la gente campesina, y su afán en soñar riquezas, podrá Vd. hacerse cargo de la interpretación que desde luego se dio a nuestras investigaciones. No hubo palabras que pudieran disuadirles de la idea de que buscábamos un tesoro, y a esta voz acudían las gentes como llovidas; pero lo crítico fue el segundo día, pues al ver nuestras demostraciones de júbilo por la aparición de la cabeza del caballo, corrió como un relámpago la voz de ¡¡ya han topado un caballo de oro!! Baste decirle que tuvo que tomar parte la justicia de la inmediata villa de Cangas de Onís, ya para desengañar a los visionarios, como para frustrar según se supo los planes de algunos que, prevenidos con herramientas, intentaban por la noche, con exposición de un hundimiento, destrozar el muro, a fin de anticipársenos en el botín.

 Últimamente, las buenas razones de dichas autoridades y de algunos vecinos ilustrados, y el mismo descubrimiento visto con más calma, lograron apaciguar los ánimos, llegando a convencerse y hasta conocer que el hallazgo era en realidad un tesoro, pero no del metal codiciado; sino histórico y de piedra, y aun opinaron y determinaron que no se volviera a tapar, quedando así a vista de todos.”

Como dijimos, a través de dibujos publicados antes de 1855, procedentes de la mano de viajeros de siglos anteriores, Parcerisa ya tenía una idea de lo que buscaba:

Semanario Pintoresco Español, marzo 1849










Semanario Pintoresco Español, 1849


Pero es la litografía que publica el propio Parcerisa la que nos ayuda más incluso que muchas fotografías:

 

Francisco Javier Parcerisa, hacia 1855

Y aquí ya encontramos elementos de análisis.

El primero, ya vemos el zigzag que representa las aguas bautismales que avisan del paso del profanum al fanum, del mundo de los hombres al mundo de la divinidad, de las sombras a la luz.

El segundo, contemplamos unos roleos de frondes de helechos que nacen en un mismo punto pero que divergen en los extremos, formando la Ypsilon o épsilon románica. Ya descrita en este blog (pulsar aquí), diremos que se trata de un claro símbolo de la libertad del hombre para elegir su destino; nos está diciendo que en lo que hay esculpido se está tomando o se ha tomado una decisión, que hay dos caminos y se elige uno: el bien o el mal, el conocimiento o la ignorancia, la vida o la muerte… es el libre albedrío. Están en todos los capiteles menos en uno, donde no hace falta como ya veremos.

Ochánduri, La Rioja. Igl. de La Concepción


Ntra. Sra. de las Vegas. Requijada, Segovia

Monasterio de Santa María la Real de Nieva, Segovia

Mº S. Martín de Castañeda. Sanabria, Zamora

Mº Santa María de Acibeiro, Pontevedra

Sant María, Bermes, Pontevedra

En el jinete que besa a la dama, labrado en la piedra que representa la despedida del caballero propiamente dicha, la piedra que sirve para interpretar el conjunto modernamente como una partida del cristiano en busca de Cristo, tomando el todo por la parte, o como un reencuentro de Cristo y María, Cristo y su Iglesia, Cristo y su Comunidad; o también como un control del matrimonio de los nobles y una exhortación al monje para que se convierta en un soldado de Cristo, vemos algo muy interesante, y es que mientras el caballero, que porta en su brazo izquierdo un pájaro de cetrería, lo que nos hace pensar que no va a otro sitio que no sea una cacería, se despide besando a la dama, el caballo está rompiendo la ley del marco, se está saliendo de su piedra y se está metiendo en la escena siguiente con la pata delantera izquierda y la cabeza, dándonos a entender que va a iniciar un recorrido por esa especie de juego de la oca que acaba en las águilas del cuarto capitel, “dos parejas de aves, finamente esculpidas y enmarcadas por dos pares de grandes volutas”.

Y se va a una cacería.

Las piedras a las que se hace mención, (recordemos: “En cuanto a su interpretación, (…) las escenas de despedida de caballero se asocian a…”) hace mención a piedras aisladas, y no son pocas las que tenemos en el románico hispano. Sirvan como ejemplo y sin ánimo de cerrar la lista, la de la Iglesia de Santa María de Villamayor-Piloña 

Villamayor, Piloña. Dato discordante: no hay pájaro cetrero


La de la iglesia de Santa María de Narzana

Santa María de Narzana

Santa María de Narzana: no hay pájaro cetrero

La de la iglesia de San Esteban, en Sograndio

Sograndio, con su ypsilon románica, pero sin pájaro cetrero

La de la Colegiata de Santa María la Mayor de Toro (Zamora)

Santa María la Mayor, Toro, Zamora. No hay pájaro cetrero

Todas presentan un factor común: ninguno de los caballeros parte a una cacería. Tal vez vayan a la guerra, quizás vayan a su encuentro con Cristo o a reafirmarse religiosamente en el encuentro de Cristo con su comunidad; puede que se vayan a hacer monjes y renuncien a las mujeres, pero lo que está claro es que no van de caza.

Curiosamente, aunque no venga a cuento de nuestra explicación, también abundan los capiteles que muestran el regreso del caballero y su reencuentro con su dama. Todo lo que sube, baja, y lo que se marcha, vuelve. Así lo tenemos en la iglesia de Santa María la Mayor, en Soto de Bureba, Burgos, donde vemos al caballero que regresa después de vencer a los moros (estamos en el siglo XII, que nadie se ofenda ni se alarme) y liberar cautivos

Sta. María la Mayor. Soto de Bureba, Burgos. Regreso del caballero. El moro ha sido vencido
se le representa en postura de orar, pero aplastado por el caballo.
Ha liberado cautivos. La dama está en el balcón.


Igl. de San Lorenzo, Vallejo de Mena, Burgos. El caballero regresa
después de vencer a los moros, la dama le espera.

Colegiata de Sta. Juliana, Santillana del Mar, Cantabria.
El caballero regresa victorioso, la dama le espera con un ramo de flores
el enemigo es representado por un león

Pelayos del Arroyo, Segovia. Ig. de S. Vicente.
El caballero regresa, dos enemigos vencidos bajo el caballo, la dama le recibe

Pero todo son piedras aisladas, como dicen los modernos intérpretes. Nosotros tenemos otra cosa, tenemos un juego de la oca en cuya primera casilla un caballito rompe la ley del marco, impaciente por iniciar un recorrido.

Ahora vamos a pensar dónde estamos.

Nos encontramos en un lugar en el que perdura una tradición que pesa sobre sus habitantes desde hace más de mil años. Y la tradición no tiene por qué estar reñida ni con la Historia ni con la Verdad. En palabras del escritor francés René Bazin, la tradición es el consejo y el mensaje que nuestros antepasados proponen a sus descendientes, y estamos en un sitio muy concreto donde ocurrieron unos hechos que se recuerdan desde hace siglos.






Todos los modernos intérpretes nos cuentan hasta el tercer capitel, nadie se aventura a interpretar el cuarto y, en consecuencia, menos aún a relacionarlo con los otros tres.

Los modernos intérpretes llegan hasta el tercer capitel, no pasan la línea roja

Habrá que dar un rodeo para poner un poco en orden todos los datos que tenemos. Para ello, tendremos que hacer un imaginario viaje en el tiempo. Retrocedemos unos cuarenta años y nos encontramos en la Facultad de Derecho de mis tiempos juveniles. Esta tarde, en clase de Historia del Derecho Español, el profesor se afana en explicarnos el Derecho Medieval, concretamente el de los visigodos.

Por lo que recuerdo de aquella tarde, la manera que tenían los visigodos de elegir rey era por aclamación. Es decir, en el momento en que se necesitaba un rey, aclamaban al más interesante para la ocasión: el más valiente, el mejor guerrero, el más inteligente, el más rico… todo dependía del momento. Los reyes que llegaban al trono de manera hereditaria solían contagiarse de una enfermedad muy común en aquellos días: morían asesinados con demasiada frecuencia.

El Derecho era principalmente consuetudinario, y una norma era que un noble no podía asesinar al rey y acto seguido ser aclamado. Aclamación y proclamación eran simultáneas, pero sin delitos de regicidio por medio. 

Semanario Pintoresco Español, 25 de junio de 1843

Estando así las cosas, los reyes indeseados solían ser apartados mediante tretas. Por ejemplo, Suintila fue excomulgado, lo que le incapacitaba para ser rey.

Una broma.

 Tulga, que heredó de su padre, fue tonsurado a la fuerza por Chindasvinto, lo que le obligó a abandonar la corona que el tonsor se apresuró a recoger.

Una broma.

El caso más conocido fue el de Wamba. Wamba, que rechazó por primera vez a los moros (sí, he dicho moros, estamos en el siglo VII, no empecemos con puritanismos sobre lo políticamente correcto) el año 672, llegó un momento en el que no interesaba como rey. Entonces, en el transcurso de un banquete, fue emborrachado y, mientras dormía, le raparon la cabeza y le pusieron un hábito fingiendo que el rey se había hecho monje y que, por tanto, debía renunciar al trono. Así lo hizo y acto seguido fue aclamado y proclamado Ervigio, el instigador.

Otra broma.

Y otra broma fue la que le gastaron a Favila, hijo y heredero de don Pelayo.

Favila heredó de su padre. Los moros habían dejado en paz a Asturias y el rey, de escasos diecisiete años, se dedicaba a los placeres propios de su clase social, entre ellos la caza.

En su entorno estaba Alfonso, su cuñado, hijo del duque Pedro de Cantabria, quien había perdido gran parte de su territorio a manos del enemigo y que había que recuperar… o algo así. Alfonso era partidario de guerrear; Favila era partidario de la vida muelle; los nobles sabían que en la guerra está el botín y la riqueza.

Sigue hablando el profesor de Historia del Derecho y quien esto escribe le escucha con los ojos abiertos como platos: se sospecha que la muerte de Favila fue un crimen de estado. Un día hay una montería, Favila se enfrenta a un oso y los monteros no le auxilian. O quizás le meten en una cueva donde hay un oso, ponen una piedra en la puerta y allí les dejan que se entiendan entre ellos.

Otra broma visigoda. Favila muere, Alfonso es proclamado rey porque él no es el asesino, fue el oso.

Y aquí estamos frente a un capitel que tal vez sea la clave de este crimen político.

Tal vez sea esta la historia no escrita

Tal vez sea esta la historia no escrita, sino labrada en piedra, que contempló fray Prudencio Sandoval.

Arriba, las frondes de helecho que forman la Ypsilon románica, los dos caminos posibles a seguir, el libre albedrío de poder elegir uno u otro.

Abajo, dos reyes luchando.

Porque sí, porque eso es lo que son: el rey de Asturias luchando contra el rey de La Montaña.

El oso es el rey indudable de la montaña, pero es que ya en el siglo XII, cuando fue labrada en piedra la historia no escrita, La Montaña era el territorio que aproximadamente ocupaba la que con la división territorial de Javier de Burgos en 1833 fue denominada provincia de Santander, hoy Comunidad de Cantabria.

Y los cántabros eran denominados montañeses.

Y el rey de La Montaña venció al rey de Asturias y se adueñó del reino por matrimonio con Ermesinda, hija de Pelayo y por aclamación de los nobles astures y cántabros.

Y esto quedó en la memoria. La crónica de Alfonso III cuenta la Historia, y hay que creerlo, pero la posible intrahistoria, la historia dentro de la Historia, pasó a la tradición y a la leyenda por la vía del boca-oreja, hasta llegar al siglo XII, cuando se rehace el monasterio fundado en el siglo VIII por el recién aclamado Alfonso I, denominado el católico, quién sabe si para expiar algún cargo de conciencia.

Sí, tal vez esta sea la historia no escrita, sino labrada en piedra, que conforman los capiteles de la portada de San Pedro de Villanueva.

En la segunda cara del segundo capitel, vemos a nuestro cazador que continúa su camino, caballero en su caballo y portando el halcón, pájaro de reyes y nobles, entre los divergentes frondes de helecho, los cuales nos recuerdan la existencia de dos caminos para elegir uno. Y precediéndole, un gran pájaro que ha sido identificado y así parece ser que se trata, como un pavo real.

El caballero, bajo la ypsilon del libre albedrío,
sigue el camino que le marca el pavo real


Un pavo real va marcando el camino al caballero. El pavo real, en el bestiario medieval El Physiólogo, es símbolo de la realeza y del orgullo.  ¿Y si el cazador cetrero fuera un rey que sigue el camino que le marca el orgullo de su realeza?  Digamos que sí, que su condición de rey, dueño de sus propios actos, o de unos actos condicionados por ser rey, le va marcando el camino a seguir. Un camino que nos lleva al tercer capitel, el que “abona, en Villanueva, esa interpretación de victoria sobre el mal por la presencia de la lucha del guerrero y del ángel con el monstruo”, del que también se ha dicho que “… describe la lucha de San Miguel y la corte angélica con el dragón.”

Vayamos despacito y con buena letra.

Ese monstruo o dragón no es otra criatura sino una anfisbena, de la que ya hablamos en este blog el mes de marzo de 2021. (Pulsar aquí para ir a la entrada).

Resumiendo mucho para quienes no deseen visitar el enlace, una anfisbena, tal y como es descrita en el siglo I por Plinio el Viejo, es una serpiente con una cabeza en cada uno de sus extremos. En el siglo VI nos la muestra muy cambiada San Isidoro de Sevilla: con una cabeza hace el bien y con la otra hace el mal. En la rica Edad Media recibe unas patas y unas alas que la permitirán realizar su cometido con mayor celeridad, al tiempo que se pinta de blanco la cabeza de hacer el bien y de negro la de hacer el mal.

Lo que nos importa es que estamos en el siglo XII y que, desde el siglo VI, la anfisbena es un símbolo del bien y del mal.

La anfisbena de San Pedro de Vilanueva


El bien y el mal. Dos caminos opuestos en el único capitel que no tiene frondes de helecho divergentes. ¿Para qué dar puntada sin hilo? ¿Por qué labrar helechos que indiquen dos caminos si ya tenemos dos cabezas de anfisbena que nos los muestran?

Efectivamente, una cabeza en la parte baja ha devorado a un hombre; la otra, en la parte alta, está siendo controlada por ángeles para que no devore a otro. Incluso uno de estos espíritus celestes utiliza una lanza para dominar a la criatura. ¿Qué cabeza hace el bien? ¿Cuál hace el mal? ¿Quiénes son el hombre devorado y el hombre salvado? ¿Serán el rey de Asturias y el rey de La Montaña? Lo que sabemos es que el caballero que, en la casilla número uno de este curioso tablero que recuerda el juego de la oca, se despedía de la dama, ha venido hasta aquí por su libre albedrío, eligiendo caminos divergentes y, en la última casilla, siguiendo al pavo real, símbolo de su condición de rey, se ha topado con la anfisbena.

El cuarto capitel es preterido por todos los que a esta secuencia se enfrentan. Y no debieran hacerlo.

“… y el cuarto exhibe dos parejas de aves, finamente esculpidas y enmarcadas por dos pares de grandes volutas”, nos dice uno de los historiadores que más atención le dedica, porque otros, menos piadosos o quizás menos cultos, se limitan a decir “capitel con águilas”.

Dos parejas de aves, finamente esculpidas y enmarcadas por
dos pares de grandes volutas


Y cierto, ambos son merecedores de un aplauso porque eso es lo que hay en el capitel: dos parejas de águilas y los consiguientes frondes de helecho que forman la ypsilon románica, el símbolo de la voluntad y el libre albedrío del hombre.

Pero nadie daba puntada sin hilo.

Las águilas son símbolos polivalentes y vienen a ser imagen, entre otras cosas, de la realeza y la majestad, de la grandeza, superioridad y autoridad sobre otros. Dos reyes.

La primera pareja se dan la espalda, tienen distintas voluntades, pero ambas vuelven la cabeza hacia el mismo lado: están contemplando el recorrido que ha hecho el jinete que se despedía de la dama con rumbo a una cacería hasta llegar a la anfisbena. Son águilas opuestas, se dan la espalda, pero confluyen la mirada; expresan la idea del bien y del mal, la dualidad, la lucha constante, los complementarios, los polos opuestos necesarios para que salte la chispa que dará luz, nos dan a entender que no es posible conocer lo grande sin conocer lo pequeño; imposible saber lo que es la noche sin saber lo que es el día; lo feo y lo hermoso, lo bueno y lo malo, el amor y el odio se complementan y se necesitan mutuamente para poder existir. Esas pautas existen y están presentes en los templos románicos, nosotros lo venimos viendo con las hojas de los helechos que nos ofrecen dos caminos, dos elecciones, una de progreso y otra de atraso, una hacia el conocimiento y otra hacia la ignorancia, siempre a solucionar por el libre albedrío. Las águilas y los personajes que representan lo contemplan.

Aves opuestas. Símbolo de los complementarios


La otra pareja sigue dándose la espalda, pero ahora se miran cara a cara. Están contrastadas, comprueban la exactitud o autenticidad de lo que han contemplado, son notarios que dan fe de unos hechos verídicos. En heráldica se denominan aves afrontadas. Puestas cara a cara, desafiantes, siempre sugieren el paso necesario, la intrusión en el misterio y lo desconocido (intrusión: acción y efecto de intrusarse, apropiarse, sin razón ni derecho, de un cargo, una autoridad, una jurisdicción), la resolución de una contrariedad, el haber despejado la incógnita de un problema y así reconocerlo. Dos símbolos de la realeza, un problema y una solución aceptada, siempre bajo el marco de la ypsilon griega, el doble camino a seguir y la elección de uno de ellos para bien o para mal.

Aves contrastadas o afrontadas. 


Mejor o peor, hay tantas interpretaciones como intérpretes, hemos puesto en relación el relegado cuarto capitel, el de las “águilas finamente esculpidas”, con sus tres hermanos anteriores y así cerramos la interpretación de los capiteles del lado izquierdo.

Pero algo nos hace intuir que es un cierre en falso. En el otro lado de la portada tenemos los “capiteles vegetales magníficamente labrados”, capiteles vegetales dicen otros menos caritativos y capiteles de verdura han llegado a decir algunos con un deje de desprecio. Y nadie se ha dado cuenta de que nadie daba puntada sin hilo. Ante la presencia de los mismos frondes divergentes de helechos del lado izquierdo, aparentemente tan inocentes, ya deberían de estar sospechando algo. Además, también tenemos hojas de acanto con sus esferas, las cuales tanto se prodigan por el alero. Habrá que tomarlo con calma.

El primer capitel nos muestra roleos que divergen, pero ya no forman una ípsilon, ahora forman la letra ji, la equis de nuestro alfabeto.

La letra X

La letra equis griega también se prodiga en el románico, pero suele estar un poco más escondida. Representa el cruce del Bien y la Virtud en contraposición del Mal y el Pecado. El tránsito de un plano temporal a una realidad superior. Y cosa curiosa, en San Pedro de Villanueva la tenemos representada dos veces.

Visto el primer capitel donde se nos ha dado cuenta del cruce de voluntades, pasamos a los otros dos supervivientes de las penurias del monasterio. Ambos presentan en su parte baja hojas de acanto con su fruto y frondes de helecho divergentes en la alta.

Capiteles vegetalles magníficamente labrados. Verdura. Hojarasca

El acanto con su fruto (las esferas) aparece en los sepulcros griegos y romanos como símbolo de perpetuidad y eternidad, pasando en la Edad Media a expresarlo simbólicamente en el ciclo de muerte y resurrección llevando los frutos de la vida: las buenas obras, el arrepentimiento de los pecados, las penitencias cumplidas.

La hoja de acanto durante la Edad Media fue investida de un doble simbolismo derivado de sus dos características esenciales: sus pequeñas espinas y el gran desarrollo y carnosidad de sus hojas.

A riesgo de extendernos demasiado, vamos a verlo.

El monje benedictino Dom Ramiro Pinedo Monasterio escribe en su obra El simbolismo en la Escultura Medieval Española (Espasa Calpe, 1930):

"...la hoja de acanto es una hoja de la que nacen espinas blandas al principio, que endureciéndose luego hieren fuertemente al que sin precaución las coge; y las espinas son símbolo de la solicitud y cuidado de las riquezas, de las concupiscencias y de los deleites del siglo, representando también el estímulo de la carne. Las hojas carnosas que estas espinas producen son la carne del pecado que con nosotros llevamos, de la que indefectiblemente nacen los vicios, débiles al principio, fuertes luego.”

     El símil nos establece, quizás, una comparación con lo que parecía que era y sería el carácter de un rey joven dedicado a la vida muelle y facilona de la paz.

Mientras la hoja de acanto podría haber trasmitido al fiel iletrado la idea de “la debilidad del hombre ante el pecado”, también pudo haber encerrado otro simbolismo más elevado y espiritual, dirigido al intelecto instruido de los monjes, aludiendo a la inmortalidad del alma y por eso se acompaña de frutos: las buenas obras y el arrepentimiento de los pecados.

Por otro lado, Dioscórides, que fue médico personal de Nerón en el siglo I, nos dice que en Hispania abundaba el acanto llamado “branca ursina”, garra de oso, lo cual nos corrobora el doctor Laguna, segoviano y médico personal del papa Julio III, quien nos dice que así se le conocía en las boticas del siglo XVI.

Vida, muerte, pecados, inmortalidad del alma, buenas obras y, sobre todo, garras de oso que nos relacionan con la anterior historia nunca escrita y ahora quizás desvelada.

En cuanto a los atributos que acompañan al helecho, vamos a intentar ser más breves.

Durante los siglos del Medievo se dotó al helecho de un elevado carácter simbólico. Se convirtió en la planta más idónea para encerrar una enseñanza moral: una lección de humildad para la Cristiandad. Era el elemento apropiado para trasmitir un mensaje doctrinal: “la importancia de la virtud de la humildad en el buen cristiano”, virtud imprescindible entre la clase social carente de privilegios: el campesinado. Humildad del helecho en su origen, siempre nace en lugares escondidos en la sombra, humildad solitaria, franqueza, sinceridad y humildad en su uso, pues en la Edad media era la panacea para casi todas las enfermedades.

Aplicando a nuestra portada, tenemos que recordar a Santa Hildegarda.

 

“… el jugo del helecho está destinado a la sabiduría, y por su dignidad natural; en el ámbito de la rectitud natural, representa o vale para simbolizar el bien y la virtud.”


Estamos en un monasterio benedictino del siglo XII. 

Y en el siglo XII, en otro monasterio benedictino, su abadesa, Hildegarda, mujer santa y culta, escribió entre muchas otras obras un tratado de medicina basado en la botánica; en aquellos días, medicina, farmacia y botánica era todo uno. En esta obra, titulada Physica, que fue muy popular por toda Europa en general y en los monasterios benedictinos en particular durante muchos años, en el Libro I, de plantis, el capítulo XLVII, dedicado al helecho, nos dice:

“Pon también sus hojas durante el verano, cuando está verde, sobre tus ojos mientras duermes y aclarará tu vista y alejará la ceguera.

 

Pero también el que es sordo, hasta el punto de no poder oír, envuelva la semilla del helecho en un trapo y póngalo repetidamente en la oreja con cuidado de que no le penetre en la cabeza a través de ella, y recuperará la audición.

 

Y el mudo, ponga su semilla sobre la lengua y se soltará la lengua, y hablará.

 

Pero también si alguien carece de memoria y de capacidad intelectual, tome en su mano la semilla del helecho y recobrará su memoria y sus facultades mentales, y así se podrá entender aquel que no sea capaz de hacerse entender.

 

 

Puede que sean dos historias independientes las que nos cuente la portada de San Pedro de Villanueva. La de la izquierda, la historia no escrita pero sí labrada en piedra; la segunda, la de la derecha de capiteles de contenido vegetal, puede que lance un mensaje de vida eterna a quienes pasen por ella, bien sea recordándoles la debilidad ante el pecado para los campesinos o inmortalidad del alma para los monjes, pero lo que está claro es que tenemos helechos por todas partes, helechos que nos marcan siempre dos caminos a elegir. Y también que el helecho puede ser el remedio que nos manda la benedictina Santa Hildegarda y que recogen nuestros canteros, para decirnos que, si no vemos la historia, nos pongamos helechos en los ojos; si no la oímos, nos lo pongamos en las orejas; si no sabemos contarla, nuestra lengua puede soltarse por los helechos. Y si se nos olvidó, no tomemos rabitos de pasas, cojamos helechos para ponerlos en nuestra frente, que la portada nos los ofrece en pródiga abundancia.

A cada capitel, lo hemos mirado del derecho y del revés.

No hemos perdido de vista que nadie daba puntada sin hilo.

Hay tantas interpretaciones como intérpretes.

Hemos asumido que hay una versión antigua y romántica del significado de los capiteles y que enfrente hay otra moderna y racionalista. Y sí, soy un pobre diablo romántico y sentimental que se inclina por la versión anterior al siglo XX. Yo defiendo la historia de Favila. 

No estamos en un sitio cualquiera, estamos en un espacio donde en el siglo VIII ocurrieron unos hechos concretos que fueron recogidos en las crónicas, pero que en el acervo popular se sabía que lo escrito en ellas había sucedido de otra manera, y que no se podía escribir lo que realmente pasó, de manera que así fue transmitido oralmente de generación en generación. La intrahistoria de la Historia. 

La versión oral llegó al menos hasta el siglo XVII cuando Prudencio Sandoval, enigmáticamente, nos lanza un hilo para que, tirando de él, saquemos un ovillo de lo que se esconde tras lo grabado en piedra en el siglo XII. Los canteros hicieron el resto lanzando puntadas con el fino hilo de la simbología del helecho y el acanto.

 

 

Antonio García Francisco

Alange, junio de 2024

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