Fue en el año 1932 cuando quedaron ubicadas definitivamente la salida y meta del descenso en Arriondas y Ribadesella, respectivamente. En este año, tuvo lugar la primera edición de carácter competitivo en la que tomaron salida trece palistas provenientes de Oviedo, Gijón, Ribadesella e Infiesto. Las primeras inscripciones de palistas de fuera de la comunidad llegaron en el año 1935.
sábado, 27 de julio de 2024
Especial Piraguas 2024
Fue en el año 1932 cuando quedaron ubicadas definitivamente la salida y meta del descenso en Arriondas y Ribadesella, respectivamente. En este año, tuvo lugar la primera edición de carácter competitivo en la que tomaron salida trece palistas provenientes de Oviedo, Gijón, Ribadesella e Infiesto. Las primeras inscripciones de palistas de fuera de la comunidad llegaron en el año 1935.
lunes, 15 de julio de 2024
86º Descenso Internacional del Sella
sábado, 6 de julio de 2024
Ponencia Dialogo con la simbología medieval
Extraordinaria ponencia de nuestro amigo y colaborador Antonio García Francisco donde nos explica más misterios que nuestro monasterio de San Pedro de Villanueva nos oculta a plena vista de nuestros ojos
Ramón Zaragoza en el Museo de Bellas artes de Asturias. Sara Moro
Como nos tiene acostumbrados, Sara Moro despliega todo su saber y pasión en traernos las obras que jalonan ese espacio que no ofrece algo tan especial y bonito como es el Museo de bellas artes de Asturias. Ramón Zaragoza es hoy el protagonista
miércoles, 3 de julio de 2024
“…Una historia no escrita, sino labrada en piedra.”
La portada de
un edificio es el elemento que marca la separación entre el exterior y el
interior del mismo. Aplausos, por favor, es una frase propia del gran Pero
Grullo.
Pero en los
edificios religiosos ya adquiere un nuevo significado: marca la línea divisoria
entre el mundo profano, el exterior, y el mundo espiritual del espacio interior
dedicado a la divinidad.
Curiosa la
palabra “profano”. La heredamos del latín y se compone del prefijo “pro”,
que significa “delante de”, y del sustantivo “fanum”, el templo. Así, lo
profano sería lo que hay de puertas afuera del fanum, del templo o el
santuario, o sea, lo que no forma parte de lo religioso y de lo sagrado. Por el
contrario, en el interior del espacio sagrado estaban los “fanaticus”,
los servidores del templo, que con el tiempo cedieron el apelativo a la
creación del verbo fanor-fanari-fanabor-fanandi (perdón si hay algún error,
estoy tratando de recordar el latín aprendido y olvidado a la vez hace más de cincuenta
años), que daría lugar al concepto de los fanaticus no ya como
guardianes o servidores, sino como los “poseídos por el fervor religioso”, y al
de profanare, ensuciar, corromper el interior del templo con las cosas
mundanas.
¡¡Cuánto ha
cambiado el idioma en dos mil años, eh?? Nada que ver con el significado que le
asignamos hoy en día a estos vocablos.
Pero
situarnos ante la portada ya nos coloca frente al primer símbolo del templo. El
símbolo de pasar a un mundo diferente.
La portada del templo es la frontera entre dos universos: un mundo profano y un mundo sagrado. |
“Yo soy la puerta. Quien pase por mí se salvará”, nos dice en su evangelio San Juan.
Efectivamente,
la puerta del templo ya es en sí misma un símbolo que representa a Jesús. Pasar
por la portada es ir al encuentro con Dios.
En el
monasterio de San Pedro de Villanueva nada va a ser diferente: la portada
separa el mundo alejado de la espiritualidad que reina en el exterior, del
mundo religioso del interior. Y ya nos manda avisos para que nos enteremos de
que, al traspasarla, vamos a realizar un viaje al mundo de la Luz partiendo del
mundo de las Sombras.
Veamos esas
advertencias.
En el estilo
románico, toda la portada es un símbolo en sí misma, y no tiene por qué ser
religioso solamente, pues puede ser también moral o mundano (o ambos a la vez).
Así, por ejemplo, es nuestro caso: tenemos un mensaje religioso y otro profano.
Las
arquivoltas, de alguna manera más o menos clara, suelen representar en todas
las portadas, la bóveda celeste y, por extensión, lo que en ella se contiene. También
es fácil encontrarnos escenas que recuerdan al Apocalipsis, pasajes bíblicos
del Antiguo y Nuevo Testamento… mientras que en los capiteles podemos encontrar
de todo un poco.
En las arquivoltas predominan el uno y el cuatro. |
En la portada
de nuestro monasterio predominan el número uno y el número cuatro, y para mejor
comprensión, la he dividido en dos zonas claramente definidas: las arquivoltas
y los capiteles que las soportan.
El número
cuatro lo tenemos en que son esa cifra las columnas de cada lado de la portada,
las cuales terminan en sus correspondientes capiteles, cuatro a cada lado, y
éstos sustentan cuatro arquivoltas.
En la
exterior, un zigzag característico del románico asturiano, ya contemplado en
todo su esplendor en la iglesia de San Juan de Amandi, por ejemplo, nos lanza
un nuevo símbolo por su semejanza a las ondas del agua, concretamente de las
aguas bautismales.
Efectivamente,
esta arquivolta nos está recordando que para pasar del espacio profano al
interior del templo y participar de la vida espiritual que en él se nos ofrece,
lo primero que hay que hacer es bautizarse. Pasamos simbólicamente bajo las
aguas del bautismo y penetramos en los secretos del fanum.
No es
infrecuente encontrarse algunas iglesias románicas por la geografía española en
las que se corrobora este símbolo colocando la pila bautismal en el exterior
del templo, generalmente en la galería porticada, para primero bautizarse en el
exterior y luego pasar al mundo interior.
Zigzag que representa las aguas bautismales en la iglesia de San Xuan de Amandi |
Detalle del zigzag y tetrapetalas en la iglesia de San Xuan de Amandi |
Bajando la
vista desde esta arquivolta, en las otras tres nos encontramos con que en ellas
se representan, en su cara exterior, flores tetrapétalas con un botón en el
centro, mientras que en la interior hay cabezas de clavo en forma de pirámide
de base cuadrada con un punto en su vértice.
Detalle del zigzag, tetrapétalas botonadas y cabezas de clavo en San Pedro de Villanueva |
Ahí está el
símbolo. El número cuatro es el número que representa el mundo, la obra
perfecta y plena de Dios. Cuatro son los puntos cardinales; cuatro son
los ríos del Paraíso: Pisón, Guijón, Tigris y Éufrates; cuatro son
los elementos de la Naturaleza: tierra, aire, fuego y agua; cuatro son los
vientos de Dios: oriental o solano, occidental, aquilón y austro; cuatro son
los evangelistas; cuatro son los lados del cuadrado, el emblema del mundo y de
la naturaleza.
El cuadrado es en sí mismo un símbolo de orden, y si se inscribe dentro de una figura circular, o una figura circular dentro de él, entonces representa el principio fundamental de todo cuanto nos rodea. Y hete aquí que nuestras tetrapétalas, nuestras flores de cuatro hojas que representan al mundo, tienen inscrito un pequeño círculo en el centro; es el uno, la unidad, la unicidad de Dios que se nos recuerda en Efesios 4,5 y 6: ”un Señor, una fe, un bautismo, y un Dios y Padre de todos” o en Deuteronomio 6,4: “Oye, Israel: el Señor nuestro Dios, el Señor es uno”.
Y lo mismo
ocurre con las cabezas de clavo, pequeñas pirámides de cuatro caras con un
botón esférico en su vértice.
El símbolo
está servido. El cuatro, el mundo, regido en su centro por el uno, por Dios. Un
recordatorio a todo el que pase por esta portada: primero, has de pasar por las
aguas bautismales; después, habrás de tener presente en todo momento que el
mundo está regido por Dios.
Y a partir de este momento ya podemos pasar a hablar de los capiteles: cuatro a cada lado de muy diferente factura, pero relacionados entre sí los ocho.
Capiteles en San Pedro de Villanueva. Cuatro a cada lado interrelacionados entre sí |
Curioso el
número ocho, guarismo que representa la salvación, la resurrección, el paso a
una nueva vida; el octavo es el día siguiente a la culminación de la Creación,
el día en que el hombre empieza su vida. Dios creó el mundo en seis días,
descansó el séptimo, y el octavo el mundo comenzó a funcionar por sí mismo.
Hablar de los
capiteles de San Pedro de Villanueva es hablar de una permanente disyuntiva, un
dilema constante, pero antes de seguir adelante vamos a recordar las tres
normas que observo desde hace años:
1ª: Al canecillo y al capitel, mirarlo del derecho y del revés.
2ª: Nadie daba puntada sin hilo.
3ª: Hay tantas interpretaciones como intérpretes, pero en caso de varias respuestas y todas válidas, aplicar el principio de la parsimonia, también llamado la navaja de Ockham: la más sencilla probablemente sea la correcta.
Guillermo de Ockham: "en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable" |
Capiteles del lado izquierdo de la portada principal del templo del monasterio de San Pedro de Villanueva |
Capiteles de lado derecho de la portada principal del templo del monasterio de San Pedro de Villanueva |
Llegados a
este punto, quizás sea conveniente citar algunas interpretaciones anteriores a
la que pretendemos realizar.
La primera, por orden cronológico, la que escribió Fray Prudencio Sandoval en su obra El
Libro de los Cinco Obispos, publicada el año 1615, tras la visita que había
realizado al monasterio años antes:
“Los bajorrelieves de S. Pedro de Villanueva forman una historia no escrita, sino labrada en piedra”.
Atención a
estas tres palabras: “historia no escrita”, habrá que incidir en
ellas.
Historia de los cinco obispos, año 1615, donde Prudencio Sandoval habla de la "historia no escrita" |
Hay que aclarar que, entre los siglos XVI y XVII, tres historiadores asentaron firmemente muchas tradiciones y leyendas, todas recogidas del “saber popular”. Se trata de tres religiosos: Ambrosio de Morales (jerónimo), Padre Juan de Mariana (jesuita) y fray Prudencio Sandoval (benedictino). Nuestro fray Prudencio no destacó por sus investigaciones: escribía tanto lo que encontraba como lo que le contaban; a veces, se topaba con versiones diferentes y las recogía todas sin indagar; en otras ocasiones, plagiaba directamente sin ningún tipo de rubor. Así llegó a nuestro monasterio y escuchó esa “historia no escrita” de la que habla, y que no es otra sino la de
“la hiftoria de la caça y muerte del rey don Fauila como la vi labrada de figuras de piedra en la portada de la Iglefia de fan Pedro de Villanueua Monafterio de S. Benito en Cangas Donis”.
¿Por qué “historia
no escrita”, si la muerte de don Favila estaba narrada en la Crónica
Rotense de Alfonso III desde el siglo X? Paciencia: lo investigaremos.
Primera página de la Crónica de Alfonso III, Códice de Roda de Isábena (Crónca Rotense) |
Transcurre
más de un siglo desde la visita de Prudencio y el año 1729, Fray Anselmo González, abad de San Pedro de
Villanueva, escribe:
“En la portada de la iglesia se halla grabada la historia del Rey don Favila cuando le despedazó el oso”.
Seguimos con
la misma intriga: la historia de la muerte de don Favila estaba escrita desde
hace más de ochocientos años; las crónicas dicen que a Favila le mató un oso, y
si las crónicas lo dicen hay que creerlo porque son la única fuente escrita de
la que disponemos. Y seguimos preguntándonos: ¿cuál es esa historia no
escrita a la que se refiere fray Prudencio?
El tiempo
sigue su curso y llegamos a la segunda mitad del siglo XX. Los intérpretes dan
un giro brusco, abandonan a Favila y nos ofrecen unas nuevas versiones de la historia "labrada de piedra".
“En cuanto a su interpretación, (…) las escenas de despedida de caballero se asocian al triunfo del caballero cristiano sobre el mal y al encuentro entre Cristo y María, entre Cristo y su Iglesia; esa interpretación de victoria sobre el mal se abona, en Villanueva, por la presencia de la lucha del guerrero y del ángel con el monstruo, en los capiteles contiguos.”
Interesante.
No perdamos
de vista que se refiere exclusivamente a “las escenas de despedida de
caballero”. Y atención: veremos que en el capitel tercero un ángel
lucha con un monstruo, pero en el cuadro no aparece guerrero alguno.
“El tercer capitel describe la lucha de San Miguel y la corte angélica con el dragón (…), y el cuarto exhibe dos parejas de aves, finamente esculpidas y enmarcadas por dos pares de grandes volutas.”
En este punto
ya queda identificado el ángel como San Miguel y queda sustituido el
inexistente guerrero por la corte angélica. Además, se introduce la descripción
del cuarto capitel: “dos parejas de aves, finamente esculpidas, y enmarcadas
por dos pares de grandes volutas”. Y ahí se queda, sin relacionar el cuarto
capitel con los otros tres; sin relacionar las grandes volutas con los otros
siete capiteles de la portada.
Tercer capitel. Sorpresa: el dragón es una anfisbena |
Por si lo
hubiéramos olvidado, recordemos que estamos hablando de la escena de la
despedida del caballero.
“En realidad, se trata de una alegoría medieval sobre la lucha entre el bien y el mal y la reafirmación religiosa del encuentro de Cristo con su comunidad.”
Continuamos
“En nuestra opinión, este sería el afán de una Iglesia dirigida por los postulados de la Reforma Gregoriana, por controlar a una sociedad aristocrática, (…), en algunos de los actos sociales más importantes de su vida, como el matrimonio.”
(¡…!)
Una portada
por la que pasaban al templo los campesinos (los monjes tenían su puerta propia
desde el claustro) con un mensaje sobre el matrimonio de los nobles. Una
recomendación encaminada a unos aldeanos cuya única preocupación era, con la
guerra muy lejos de estas tierras, después de una dura jornada de trabajo,
poder acostarse todas las noches con el estómago lleno y cuidar de su alma para
poder ir al cielo cuando fallecieran. La pregunta sería cuántos nobles pasaban
entre los capiteles para recibir el mensaje.
Continuamos.
Ya en 2022
podemos leer:
“También se ha propuesto un valor más convencional, en donde el caballero representa una alegoría del buen cristiano que parte hacia su camino junto a Cristo.”
Recordemos
que nos estamos refiriendo exclusivamente a las piedras en las que su labra
representa a un caballero, jinete en su caballo, despidiéndose con un beso de
una dama.
Año 2023:
“Quizás se trata de trasladar los ideales caballerescos al terreno religioso y aleccionar al monje para convertirse en miles Dei, soldado de Dios dispuesto a luchar contra el Maligno en defensa de la fe. (…) Y el único modo de conseguirlo es renunciar a las tentaciones del mundo y de la carne. La mujer que queda atrás cuando parte hacia la lucha es la representación de esas tentaciones y de lo que hay que abandonar para seguir el camino de la virtud.”
Resumamos lo
que llevamos avanzado:
HASTA FINALES DEL SIGLO XX
Interpretación hasta mediados del siglo XX |
Interpretaciones variadas desde finales del siglo XX |
Antes de
continuar, recordemos que los capiteles de la portada de San Pedro de
Villanueva permanecieron ocultos desde finales del siglo XVII, cuando se
construyó la actual torre, y fueron redescubiertos por “el dibujante,
arqueólogo y editor literario y artístico” D. Francisco Javier Parcerisa a
mediados del siglo XIX. Había dibujos publicados por la prensa gráfica de esta
época procedentes de viajeros de siglos anteriores y Parcerisa decidió quitar
algunos sillares. Lo narra magníficamente él mismo en el diario La España,
ejemplar 2.308 de fecha 11 de octubre de 1855, en un artículo que reproduce una
carta dirigida al director desde Oviedo con fecha 31 de agosto del mismo año,
en la que dice que ya sospechaba “algo” desde 1852.
La España, 11 de octubre de 1855 |
La España, 11 de octubre de 1855 |
La España, 11 de octubre de 1855 |
Reproducimos
un párrafo de dicho escrito por el gracejo que tiene la anécdota que nos
refiere sobre el hallazgo y por la forma en que se decidió dejar las figuras al
descubierto para siempre:
“Atendida la malicia o sencillez si se quiere de la gente campesina, y su afán en soñar riquezas, podrá Vd. hacerse cargo de la interpretación que desde luego se dio a nuestras investigaciones. No hubo palabras que pudieran disuadirles de la idea de que buscábamos un tesoro, y a esta voz acudían las gentes como llovidas; pero lo crítico fue el segundo día, pues al ver nuestras demostraciones de júbilo por la aparición de la cabeza del caballo, corrió como un relámpago la voz de ¡¡ya han topado un caballo de oro!! Baste decirle que tuvo que tomar parte la justicia de la inmediata villa de Cangas de Onís, ya para desengañar a los visionarios, como para frustrar según se supo los planes de algunos que, prevenidos con herramientas, intentaban por la noche, con exposición de un hundimiento, destrozar el muro, a fin de anticipársenos en el botín.
Últimamente, las buenas razones de dichas autoridades y de algunos vecinos ilustrados, y el mismo descubrimiento visto con más calma, lograron apaciguar los ánimos, llegando a convencerse y hasta conocer que el hallazgo era en realidad un tesoro, pero no del metal codiciado; sino histórico y de piedra, y aun opinaron y determinaron que no se volviera a tapar, quedando así a vista de todos.”
Como dijimos,
a través de dibujos publicados antes de 1855, procedentes de la mano de
viajeros de siglos anteriores, Parcerisa ya tenía una idea de lo que buscaba:
Semanario Pintoresco Español, marzo 1849 |
Semanario Pintoresco Español, 1849 |
Pero es la litografía que publica el propio
Parcerisa la que nos ayuda más incluso que muchas fotografías:
Francisco Javier Parcerisa, hacia 1855 |
Y aquí ya encontramos elementos de
análisis.
El primero, ya vemos el zigzag que
representa las aguas bautismales que avisan del paso del profanum al fanum,
del mundo de los hombres al mundo de la divinidad, de las sombras a la luz.
El segundo, contemplamos unos roleos
de frondes de helechos que nacen en un mismo punto pero que divergen en los
extremos, formando la Ypsilon o épsilon románica. Ya descrita en este
blog (pulsar
aquí), diremos que se trata
de un claro símbolo de la libertad del hombre para elegir su destino; nos está
diciendo que en lo que hay esculpido se está tomando o se ha tomado una
decisión, que hay dos caminos y se elige uno: el bien o el mal, el conocimiento
o la ignorancia, la vida o la muerte… es el libre albedrío. Están en todos los
capiteles menos en uno, donde no hace falta como ya veremos.
Ochánduri, La Rioja. Igl. de La Concepción |
Ntra. Sra. de las Vegas. Requijada, Segovia |
Monasterio de Santa María la Real de Nieva, Segovia |
Mº S. Martín de Castañeda. Sanabria, Zamora |
Mº Santa María de Acibeiro, Pontevedra |
Sant María, Bermes, Pontevedra |
En el jinete que besa a la dama, labrado
en la piedra que representa la despedida del caballero propiamente dicha, la
piedra que sirve para interpretar el conjunto modernamente como una partida
del cristiano en busca de Cristo, tomando el todo por la parte, o como un
reencuentro de Cristo y María, Cristo y su Iglesia, Cristo y su Comunidad;
o también como un control del matrimonio de los nobles y una
exhortación al monje para que se convierta en un soldado de Cristo, vemos algo muy interesante, y es que mientras el caballero, que porta en su
brazo izquierdo un pájaro de cetrería, lo que nos hace pensar que no va a otro
sitio que no sea una cacería, se despide besando a la dama, el caballo está
rompiendo la ley del marco, se está saliendo de su piedra y se está metiendo en
la escena siguiente con la pata delantera izquierda y la cabeza, dándonos a
entender que va a iniciar un recorrido por esa especie de juego de la oca que
acaba en las águilas del cuarto capitel, “dos parejas de aves, finamente esculpidas y enmarcadas
por dos pares de grandes volutas”.
Y se va a una cacería.
Las piedras a las que se hace mención,
(recordemos: “En
cuanto a su interpretación, (…) las escenas de despedida de caballero se
asocian a…”) hace mención a piedras aisladas, y no son pocas
las que tenemos en el románico hispano. Sirvan como ejemplo y sin ánimo de cerrar
la lista, la de la Iglesia de Santa María de Villamayor-Piloña
Villamayor, Piloña. Dato discordante: no hay pájaro cetrero |
La de la
iglesia de Santa María de Narzana
Santa María de Narzana |
Santa María de Narzana: no hay pájaro cetrero |
La de la iglesia de San Esteban, en Sograndio
Sograndio, con su ypsilon románica, pero sin pájaro cetrero |
La de la Colegiata
de Santa María la Mayor de Toro (Zamora)
Santa María la Mayor, Toro, Zamora. No hay pájaro cetrero |
Todas
presentan un factor común: ninguno de los caballeros parte a una cacería. Tal
vez vayan a la guerra, quizás vayan a su encuentro con Cristo o a reafirmarse
religiosamente en el encuentro de Cristo con su comunidad; puede que se vayan a
hacer monjes y renuncien a las mujeres, pero lo que está claro es que no van de
caza.
Curiosamente,
aunque no venga a cuento de nuestra explicación, también abundan los capiteles
que muestran el regreso del caballero y su reencuentro con su dama. Todo lo que
sube, baja, y lo que se marcha, vuelve. Así lo tenemos en la iglesia de Santa
María la Mayor, en Soto de Bureba, Burgos, donde vemos al caballero que regresa
después de vencer a los moros (estamos en el siglo XII, que nadie se ofenda ni
se alarme) y liberar cautivos
Igl. de San Lorenzo, Vallejo de Mena, Burgos. El caballero regresa después de vencer a los moros, la dama le espera. |
Colegiata de Sta. Juliana, Santillana del Mar, Cantabria. El caballero regresa victorioso, la dama le espera con un ramo de flores el enemigo es representado por un león |
Pelayos del Arroyo, Segovia. Ig. de S. Vicente. El caballero regresa, dos enemigos vencidos bajo el caballo, la dama le recibe |
Pero todo son
piedras aisladas, como dicen los modernos intérpretes. Nosotros tenemos otra
cosa, tenemos un juego de la oca en cuya primera casilla un caballito rompe la
ley del marco, impaciente por iniciar un recorrido.
Ahora vamos a
pensar dónde estamos.
Nos
encontramos en un lugar en el que perdura una tradición que pesa sobre sus
habitantes desde hace más de mil años. Y la tradición no tiene por qué estar
reñida ni con la Historia ni con la Verdad. En palabras del escritor francés
René Bazin, la tradición es el consejo y el mensaje que nuestros antepasados
proponen a sus descendientes, y estamos en un sitio muy concreto donde
ocurrieron unos hechos que se recuerdan desde hace siglos.
Todos los
modernos intérpretes nos cuentan hasta el tercer capitel, nadie se aventura a
interpretar el cuarto y, en consecuencia, menos aún a relacionarlo con los
otros tres.
Los modernos intérpretes llegan hasta el tercer capitel, no pasan la línea roja |
Habrá que dar
un rodeo para poner un poco en orden todos los datos que tenemos. Para ello,
tendremos que hacer un imaginario viaje en el tiempo. Retrocedemos unos
cuarenta años y nos encontramos en la Facultad de Derecho de mis tiempos
juveniles. Esta tarde, en clase de Historia del Derecho Español, el profesor se
afana en explicarnos el Derecho Medieval, concretamente el de los visigodos.
Por lo que
recuerdo de aquella tarde, la manera que tenían los visigodos de elegir rey era
por aclamación. Es decir, en el momento en que se necesitaba un rey, aclamaban
al más interesante para la ocasión: el más valiente, el mejor guerrero, el más
inteligente, el más rico… todo dependía del momento. Los reyes que llegaban al
trono de manera hereditaria solían contagiarse de una enfermedad muy común en
aquellos días: morían asesinados con demasiada frecuencia.
El Derecho
era principalmente consuetudinario, y una norma era que un noble no podía
asesinar al rey y acto seguido ser aclamado. Aclamación y proclamación eran
simultáneas, pero sin delitos de regicidio por medio.
Semanario Pintoresco Español, 25 de junio de 1843 |
Estando así
las cosas, los reyes indeseados solían ser apartados mediante tretas. Por
ejemplo, Suintila fue excomulgado, lo que le incapacitaba para ser rey.
Una broma.
Tulga, que heredó de su padre, fue tonsurado a
la fuerza por Chindasvinto, lo que le obligó a abandonar la corona que el
tonsor se apresuró a recoger.
Una broma.
El caso más
conocido fue el de Wamba. Wamba, que rechazó por primera vez a los moros (sí,
he dicho moros, estamos en el siglo VII, no empecemos con puritanismos sobre lo
políticamente correcto) el año 672, llegó un momento en el que no interesaba
como rey. Entonces, en el transcurso de un banquete, fue emborrachado y,
mientras dormía, le raparon la cabeza y le pusieron un hábito fingiendo que el
rey se había hecho monje y que, por tanto, debía renunciar al trono. Así lo
hizo y acto seguido fue aclamado y proclamado Ervigio, el instigador.
Otra broma.
Y otra broma
fue la que le gastaron a Favila, hijo y heredero de don Pelayo.
Favila heredó
de su padre. Los moros habían dejado en paz a Asturias y el rey, de escasos
diecisiete años, se dedicaba a los placeres propios de su clase social, entre
ellos la caza.
En su entorno
estaba Alfonso, su cuñado, hijo del duque Pedro de Cantabria, quien había perdido
gran parte de su territorio a manos del enemigo y que había que recuperar… o
algo así. Alfonso era partidario de guerrear; Favila era partidario de la vida
muelle; los nobles sabían que en la guerra está el botín y la riqueza.
Sigue
hablando el profesor de Historia del Derecho y quien esto escribe le escucha
con los ojos abiertos como platos: se sospecha que la muerte de Favila fue un
crimen de estado. Un día hay una montería, Favila se enfrenta a un oso y los
monteros no le auxilian. O quizás le meten en una cueva donde hay un oso, ponen
una piedra en la puerta y allí les dejan que se entiendan entre ellos.
Otra broma
visigoda. Favila muere, Alfonso es proclamado rey porque él no es el asesino, fue
el oso.
Y aquí
estamos frente a un capitel que tal vez sea la clave de este crimen político.
Tal vez sea esta la historia no escrita |
Tal vez sea
esta la historia no escrita, sino labrada en piedra, que contempló fray
Prudencio Sandoval.
Arriba, las
frondes de helecho que forman la Ypsilon románica, los dos caminos posibles a
seguir, el libre albedrío de poder elegir uno u otro.
Abajo, dos
reyes luchando.
Porque sí,
porque eso es lo que son: el rey de Asturias luchando contra el rey de La
Montaña.
El oso es el
rey indudable de la montaña, pero es que ya en el siglo XII, cuando fue labrada
en piedra la historia no escrita, La Montaña era el territorio que
aproximadamente ocupaba la que con la división territorial de Javier de Burgos en
1833 fue denominada provincia de Santander, hoy Comunidad de Cantabria.
Y los
cántabros eran denominados montañeses.
Y el rey de
La Montaña venció al rey de Asturias y se adueñó del reino por matrimonio con Ermesinda,
hija de Pelayo y por aclamación de los nobles astures y cántabros.
Y esto quedó
en la memoria. La crónica de Alfonso III cuenta la Historia, y hay que creerlo,
pero la posible intrahistoria, la historia dentro de la Historia, pasó a la
tradición y a la leyenda por la vía del boca-oreja, hasta llegar al siglo XII,
cuando se rehace el monasterio fundado en el siglo VIII por el recién aclamado
Alfonso I, denominado el católico, quién sabe si para expiar algún cargo
de conciencia.
Sí, tal vez
esta sea la historia no escrita, sino labrada en piedra, que conforman
los capiteles de la portada de San Pedro de Villanueva.
En la segunda
cara del segundo capitel, vemos a nuestro cazador que continúa su camino,
caballero en su caballo y portando el halcón, pájaro de reyes y nobles, entre
los divergentes frondes de helecho, los cuales nos recuerdan la existencia de
dos caminos para elegir uno. Y precediéndole, un gran pájaro que ha sido
identificado y así parece ser que se trata, como un pavo real.
El caballero, bajo la ypsilon del libre albedrío, sigue el camino que le marca el pavo real |
Un pavo real
va marcando el camino al caballero. El pavo real, en el bestiario medieval El
Physiólogo, es símbolo de la realeza y del orgullo. ¿Y si el cazador cetrero fuera un rey que
sigue el camino que le marca el orgullo de su realeza? Digamos que sí, que su
condición de rey, dueño de sus propios actos, o de unos actos condicionados por
ser rey, le va marcando el camino a seguir. Un camino que nos lleva al tercer
capitel, el que “abona, en Villanueva, esa interpretación de victoria
sobre el mal por la presencia de la lucha del guerrero y del ángel con el
monstruo”, del que también se ha dicho que “… describe la lucha
de San Miguel y la corte angélica con el dragón.”
Vayamos
despacito y con buena letra.
Ese monstruo
o dragón no es otra criatura sino una anfisbena, de la que ya hablamos en este
blog el mes de marzo de 2021. (Pulsar
aquí para ir a la entrada).
Resumiendo
mucho para quienes no deseen visitar el enlace, una anfisbena, tal y como es
descrita en el siglo I por Plinio el Viejo, es una serpiente con una cabeza en
cada uno de sus extremos. En el siglo VI nos la muestra muy cambiada San
Isidoro de Sevilla: con una cabeza hace el bien y con la otra hace el mal. En
la rica Edad Media recibe unas patas y unas alas que la permitirán realizar su
cometido con mayor celeridad, al tiempo que se pinta de blanco la cabeza de
hacer el bien y de negro la de hacer el mal.
Lo que nos
importa es que estamos en el siglo XII y que, desde el siglo VI, la anfisbena
es un símbolo del bien y del mal.
La anfisbena de San Pedro de Vilanueva |
El bien y el
mal. Dos caminos opuestos en el único capitel que no tiene frondes de helecho
divergentes. ¿Para qué dar puntada sin hilo? ¿Por qué labrar helechos que
indiquen dos caminos si ya tenemos dos cabezas de anfisbena que nos los
muestran?
Efectivamente,
una cabeza en la parte baja ha devorado a un hombre; la otra, en la parte alta,
está siendo controlada por ángeles para que no devore a otro. Incluso uno de estos
espíritus celestes utiliza una lanza para dominar a la criatura. ¿Qué cabeza
hace el bien? ¿Cuál hace el mal? ¿Quiénes son el hombre devorado y el hombre
salvado? ¿Serán el rey de Asturias y el rey de La Montaña? Lo que sabemos es
que el caballero que, en la casilla número uno de este curioso tablero que
recuerda el juego de la oca, se despedía de la dama, ha venido hasta aquí por
su libre albedrío, eligiendo caminos divergentes y, en la última casilla,
siguiendo al pavo real, símbolo de su condición de rey, se ha topado con la
anfisbena.
El cuarto
capitel es preterido por todos los que a esta secuencia se enfrentan. Y no
debieran hacerlo.
“… y el
cuarto exhibe dos parejas de aves, finamente esculpidas y enmarcadas por dos
pares de grandes volutas”, nos dice uno de los historiadores que más
atención le dedica, porque otros, menos piadosos o quizás menos cultos, se
limitan a decir “capitel con águilas”.
Dos parejas de aves, finamente esculpidas y enmarcadas por dos pares de grandes volutas |
Y cierto,
ambos son merecedores de un aplauso porque eso es lo que hay en el capitel: dos
parejas de águilas y los consiguientes frondes de helecho que forman la ypsilon
románica, el símbolo de la voluntad y el libre albedrío del hombre.
Pero nadie
daba puntada sin hilo.
Las águilas
son símbolos polivalentes y vienen a ser imagen, entre otras cosas, de la realeza
y la majestad, de la grandeza, superioridad y autoridad sobre otros. Dos reyes.
La primera
pareja se dan la espalda, tienen distintas voluntades, pero ambas vuelven la
cabeza hacia el mismo lado: están contemplando el recorrido que ha hecho el
jinete que se despedía de la dama con rumbo a una cacería hasta llegar a la
anfisbena. Son águilas opuestas, se dan la espalda, pero confluyen la
mirada; expresan la idea del bien y del mal, la dualidad, la lucha constante,
los complementarios, los polos opuestos necesarios para que salte la chispa que
dará luz, nos dan a entender que no es posible conocer lo grande sin conocer lo
pequeño; imposible saber lo que es la noche sin saber lo que es el día; lo feo
y lo hermoso, lo bueno y lo malo, el amor y el odio se complementan y se
necesitan mutuamente para poder existir. Esas pautas existen y están presentes
en los templos románicos, nosotros lo venimos viendo con las hojas de los
helechos que nos ofrecen dos caminos, dos elecciones, una de progreso y otra de
atraso, una hacia el conocimiento y otra hacia la ignorancia, siempre a
solucionar por el libre albedrío. Las águilas y los personajes que representan
lo contemplan.
Aves opuestas. Símbolo de los complementarios |
La otra pareja sigue dándose la espalda, pero ahora se miran cara a cara. Están contrastadas, comprueban la exactitud o autenticidad de lo que han contemplado, son notarios que dan fe de unos hechos verídicos. En heráldica se denominan aves afrontadas. Puestas cara a cara, desafiantes, siempre sugieren el paso necesario, la intrusión en el misterio y lo desconocido (intrusión: acción y efecto de intrusarse, apropiarse, sin razón ni derecho, de un cargo, una autoridad, una jurisdicción), la resolución de una contrariedad, el haber despejado la incógnita de un problema y así reconocerlo. Dos símbolos de la realeza, un problema y una solución aceptada, siempre bajo el marco de la ypsilon griega, el doble camino a seguir y la elección de uno de ellos para bien o para mal.
Aves contrastadas o afrontadas. |
Mejor o peor,
hay tantas interpretaciones como intérpretes, hemos puesto en relación el
relegado cuarto capitel, el de las “águilas finamente esculpidas”, con
sus tres hermanos anteriores y así cerramos la interpretación de los capiteles
del lado izquierdo.
Pero algo nos
hace intuir que es un cierre en falso. En el otro lado de la portada tenemos
los “capiteles vegetales magníficamente labrados”, capiteles vegetales
dicen otros menos caritativos y capiteles de verdura han llegado a decir algunos
con un deje de desprecio. Y nadie se ha dado cuenta de que nadie daba puntada
sin hilo. Ante la presencia de los mismos frondes divergentes de helechos del
lado izquierdo, aparentemente tan inocentes, ya deberían de estar sospechando
algo. Además, también tenemos hojas de acanto con sus esferas, las cuales tanto
se prodigan por el alero. Habrá que tomarlo con calma.
El primer
capitel nos muestra roleos que divergen, pero ya no forman una ípsilon,
ahora forman la letra ji, la equis de nuestro alfabeto.
La letra X |
La letra
equis griega también se prodiga en el románico, pero suele estar un poco más
escondida. Representa el cruce del Bien y la Virtud en contraposición del Mal y
el Pecado. El tránsito de un plano temporal a una realidad superior. Y cosa
curiosa, en San Pedro de Villanueva la tenemos representada dos veces.
Visto el
primer capitel donde se nos ha dado cuenta del cruce de voluntades, pasamos a
los otros dos supervivientes de las penurias del monasterio. Ambos presentan en
su parte baja hojas de acanto con su fruto y frondes de helecho divergentes en
la alta.
Capiteles vegetalles magníficamente labrados. Verdura. Hojarasca |
El acanto con
su fruto (las esferas) aparece en los sepulcros griegos y romanos como símbolo
de perpetuidad y eternidad, pasando en la Edad Media a expresarlo
simbólicamente en el ciclo de muerte y resurrección llevando los frutos de la
vida: las buenas obras, el arrepentimiento de los pecados, las penitencias
cumplidas.
La hoja de
acanto durante la Edad Media fue investida de un doble simbolismo derivado de
sus dos características esenciales: sus pequeñas espinas y el gran desarrollo y
carnosidad de sus hojas.
A riesgo de
extendernos demasiado, vamos a verlo.
El monje benedictino Dom Ramiro Pinedo Monasterio escribe en su obra El simbolismo en la Escultura Medieval Española (Espasa Calpe, 1930):
"...la hoja de acanto es una hoja de la que nacen espinas blandas al principio, que endureciéndose luego hieren fuertemente al que sin precaución las coge; y las espinas son símbolo de la solicitud y cuidado de las riquezas, de las concupiscencias y de los deleites del siglo, representando también el estímulo de la carne. Las hojas carnosas que estas espinas producen son la carne del pecado que con nosotros llevamos, de la que indefectiblemente nacen los vicios, débiles al principio, fuertes luego.”
El símil nos establece, quizás, una comparación con lo que parecía que era y sería el carácter de un rey joven dedicado a la vida muelle y facilona de la paz.
Mientras la
hoja de acanto podría haber trasmitido al fiel iletrado la idea de “la
debilidad del hombre ante el pecado”, también pudo haber encerrado otro
simbolismo más elevado y espiritual, dirigido al intelecto instruido de los
monjes, aludiendo a la inmortalidad del alma y por eso se acompaña de frutos:
las buenas obras y el arrepentimiento de los pecados.
Por otro
lado, Dioscórides, que fue médico personal de Nerón en el siglo I, nos dice que
en Hispania abundaba el acanto llamado “branca ursina”, garra de oso, lo
cual nos corrobora el doctor Laguna, segoviano y médico personal del papa Julio
III, quien nos dice que así se le conocía en las boticas del siglo XVI.
Vida, muerte,
pecados, inmortalidad del alma, buenas obras y, sobre todo, garras de oso que
nos relacionan con la anterior historia nunca escrita y ahora quizás desvelada.
En cuanto a los atributos que acompañan al helecho, vamos a intentar ser más breves.
Durante los
siglos del Medievo se dotó al helecho de un elevado carácter simbólico. Se convirtió en la planta más idónea para encerrar una enseñanza moral:
una lección de humildad para la Cristiandad. Era el elemento apropiado para
trasmitir un mensaje doctrinal: “la importancia de la virtud de la humildad en
el buen cristiano”, virtud imprescindible entre la clase social carente
de privilegios: el campesinado. Humildad del helecho en su origen, siempre nace en lugares
escondidos en la sombra, humildad solitaria, franqueza, sinceridad y humildad
en su uso, pues en la Edad media era la panacea para casi todas las
enfermedades.
Aplicando a nuestra portada, tenemos que recordar a Santa Hildegarda.
“… el jugo del helecho está destinado a la sabiduría, y por su dignidad natural; en el ámbito de la rectitud natural, representa o vale para simbolizar el bien y la virtud.”
Estamos en un monasterio benedictino del siglo XII.
Y en el siglo XII, en otro monasterio benedictino, su abadesa, Hildegarda, mujer santa y culta, escribió entre muchas otras obras un tratado de medicina basado en la botánica; en aquellos días, medicina, farmacia y botánica era todo uno. En esta obra, titulada Physica, que fue muy popular por toda Europa en general y en los monasterios benedictinos en particular durante muchos años, en el Libro I, de plantis, el capítulo XLVII, dedicado al helecho, nos dice:
“Pon también sus hojas durante el verano, cuando está
verde, sobre tus ojos mientras duermes y aclarará tu vista y alejará la ceguera.
Pero también el que es sordo, hasta el punto de no
poder oír, envuelva la semilla del helecho en un trapo y póngalo repetidamente
en la oreja con cuidado de que no le penetre en la cabeza a través de ella, y recuperará la audición.
Y el mudo, ponga su semilla sobre la lengua y se soltará la lengua, y hablará.
Pero también si alguien carece de memoria y de
capacidad intelectual, tome en su mano la semilla del helecho y recobrará su
memoria y sus facultades mentales, y así se podrá entender aquel que no sea capaz de hacerse entender”.
Puede que sean dos historias independientes las que nos cuente la portada de San Pedro de Villanueva. La de la izquierda, la historia no escrita pero sí labrada en piedra; la segunda, la de la derecha de capiteles de contenido vegetal, puede que lance un mensaje de vida eterna a quienes pasen por ella, bien sea recordándoles la debilidad ante el pecado para los campesinos o inmortalidad del alma para los monjes, pero lo que está claro es que tenemos helechos por todas partes, helechos que nos marcan siempre dos caminos a elegir. Y también que el helecho puede ser el remedio que nos manda la benedictina Santa Hildegarda y que recogen nuestros canteros, para decirnos que, si no vemos la historia, nos pongamos helechos en los ojos; si no la oímos, nos lo pongamos en las orejas; si no sabemos contarla, nuestra lengua puede soltarse por los helechos. Y si se nos olvidó, no tomemos rabitos de pasas, cojamos helechos para ponerlos en nuestra frente, que la portada nos los ofrece en pródiga abundancia.
A cada
capitel, lo hemos mirado del derecho y del revés.
No hemos
perdido de vista que nadie daba puntada sin hilo.
Hay tantas
interpretaciones como intérpretes.
Hemos asumido que hay una versión antigua y romántica del significado de los capiteles y que enfrente hay otra moderna y racionalista. Y sí, soy un pobre diablo romántico y sentimental que se inclina por la versión anterior al siglo XX. Yo defiendo la historia de Favila.
No estamos en un sitio cualquiera, estamos en un espacio donde en el siglo VIII ocurrieron unos hechos concretos que fueron recogidos en las crónicas, pero que en el acervo popular se sabía que lo escrito en ellas había sucedido de otra manera, y que no se podía escribir lo que realmente pasó, de manera que así fue transmitido oralmente de generación en generación. La intrahistoria de la Historia.
La versión oral llegó al menos hasta el siglo
XVII cuando Prudencio Sandoval, enigmáticamente, nos lanza un hilo para que,
tirando de él, saquemos un ovillo de lo que se esconde tras lo grabado en
piedra en el siglo XII. Los canteros hicieron el resto lanzando puntadas con el
fino hilo de la simbología del helecho y el acanto.
Antonio
García Francisco
Alange,
junio de 2024