Si repasamos cualquier etapa del arte europeo, podremos comprobar por nosotros mismos, tanto en la escultura como en la
pintura o en la arquitectura, que tiene un gran componente de
cristianismo. Las raíces cristianas de Europa son indiscutibles, vienen de
muchos siglos atrás, y en España, lo mismo que en otras partes, se
manifiestan con mayor fuerza en el arte románico.
Varios son los temas religiosos que nos dejaron para admirar
nuestros anónimos canteros, pero si me pidieran sacar factor común, yo diría
que los más queridos fueron la Natividad y la Crucifixión. No es que se
olvidaran de la Epifanía, Nacimiento, Coronación o Asunción de María; Santos
Inocentes, Huida a Egipto, vida y milagros de Jesús, Resurrección, ..., pero estas
dos citadas fueron las favoritas, y de las dos, la Natividad disfruta de una
particularidad muy especial que veremos.
La idea básica, sin entrar en consideraciones históricas, es que María y José iban de viaje desde Nazaret a Belén para empadronarse. Durante este viaje, la Virgen se puso de parto y tuvo que dar a luz en una posada donde, a falta de una cuna, le ponen un pesebre para acostar al niño recién nacido, que es el Mesías anunciado en el Antiguo Testamento. Unos pastores fueron avisados por los ángeles y acudieron a adorar al Niño y tal vez a ayudar a los padres. Después vendrán los Magos a rendirle tributo, y Herodes ordenará la matanza de inocentes que ocasionó la Huida a Egipto. Así nos lo cuenta el Evangelio de San Lucas, capítulo 2:
"Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo. (…) Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre porque no tenían sitio en el alojamiento.
Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño…"
Si leemos atentamente el pasaje del Evangelio
de San Lucas, vemos que solamente hay tres personajes: María, José y Jesús,
acompañados después por los pastores.
Pero
si contemplamos pinturas o capiteles románicos que representen la Natividad, veremos que
aparecen como mínimo otros cinco personajes que no se mencionan en la Sagrada Escritura. Son la mula y el buey, las parteras Zelomí y Salomé y casi siempre,
uno o dos ángeles. ¿Por qué existe esta diferencia entre el texto escrito en
pergamino y el texto escrito en piedra? Vamos a explicarlo.
En realidad, muchos de los pasajes de la vida de Jesús no han sido tomados de los evangelios canónicos, sino de los evangelios apócrifos, unos textos donde se relata de una manera casi novelesca, ambigua y a veces fantástica, una gran cantidad de anécdotas supuestamente vividas por el Mesías. Estos libros no fueron admitidos por la Iglesia Católica en el Concilio de Roma del año 382, bajo el papado de San Dámaso, y pasaron a ser “apócrifos”, ocultos, de autor desconocido, sin tener solidez en su doctrina porque “incluían elementos contradictorios a la verdad revelada". Por este motivo estos libros fueron considerados como “sospechosos” y en general poco recomendables. Hubo controversias que se zanjaron en el año 405 por el papa San Alejandro. O eso creyó él, pero vamos a lo nuestro.
Es evidente que nuestros canteros medievales conocían estos textos novecientos años después de su desautorización y representaron en sus obras las escenas narradas en ellos. En lo que se refiere al Nacimiento de Jesús, las obras seguidas fueron dos: el Protoevangelio de Santiago, escrito en el siglo II, y el Evangelio Pseudo-Mateo, escrito en el siglo VI; ambas nos cuentan básicamente, en unos pasajes llenos de gran belleza literaria cuya lectura es un deleite, que la partera Salomé no creyó que María seguía siendo virgen después del parto, motivo por el cual decidió comprobarlo por sí misma “examinando la naturaleza de María”. Por su incredulidad su mano queda paralizada al instante, pero por mediación de un ángel presente, la cura el niño Jesús. La partera, maravillada por el milagro, decide ser la partera/nodriza de Jesús de por vida. También aparecen la mula y el buey para que se cumplan dos profecías:
“El tercer día después del nacimiento del Señor, María salió de la gruta, y entró en un establo, y depositó al niño en el pesebre, y el buey y el asno lo adoraron. Entonces se cumplió lo que había anunciado el profeta Isaías: El buey ha conocido a su dueño y el asno el pesebre de su señor.
Y estos mismos animales, que tenían al niño entre ellos, lo adoraban sin cesar. Entonces se cumplió lo que se dijo por boca del profeta Habacuc: Te manifestarás entre dos animales. Y José y María permanecieron en este sitio con el niño durante tres días.”
(Evangelio del Pseudo Mateo, cap. XIV)
Por eso, cuando veamos una representación de la Natividad de Nuestro Señor de los siglos XI a XIII donde aparezcan las parteras Zelomí y Salomé, la mula y el buey, tenemos que pensar que ese artista anónimo conocía los Evangelios Apócrifos. Después vinieron otras generaciones y otros artistas que siguieron la tradición de representar a estos actores, pero muchas veces sin saber el porqué de su presencia. Hoy en día ya es una costumbre que ha sido tomada como un dogma de fe; ya solamente es eso: una tradición con raíces hundidas en la profundidad de los siglos y perdidas a lo largo de ellos.
FELICES FIESTAS.
Antonio García Francisco. Navidad 2020
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