"Damos cabida con el mayor placer en nuestro periódico a la siguiente carta, que dirige a uno de los escritores de la obra Recuerdos y Bellezas de España, el dibujante, arqueólogo y editor de la misma don Francisco Javier Parcerisa, desde la capital del principado de Asturias, donde se hallaba en la época a que la carta se refiere, haciendo estudios y tomando vistas y apuntes de monumentos para el tomo que se está publicando sobre aquella interesantísima provincia.
En esta carta se consigna un descubrimiento arqueológico, cuya noticia debe excitar vivamente el interés de los aficionados a escudriñar las huellas del arte nacional en la cuna de la monarquía restaurada.
No es en verdad el primero que la historia de nuestras artes debe a la infatigable laboriosidad de los autores de la publicación referida: ellos han recogido y publicado los preciosos y venerandos fragmentos de aquella encantadora población de Medina Azahara, cuya existencia se tenía por fabulosa.
El descubrimiento de que hoy se trata tiene, aún si cabe, más importancia para la historia y el arte de la España cristiana."
"Señor D. P. de M, Oviedo, 31 de agosto de 1855.
Mi querido amigo: Mucho me alegro de los buenos ratos que dice Vd. le proporcionan mis apuntes de viaje; celebro también hayan sido tan de su gusto las noticias que le di en mi última sobre la solitaria y casi ignorada abadía de San Antolín de Bedón.
No dudo, pues,
atendida su afición a las antigüedades, que la lectura de la presente carta le
cause una agradable sorpresa.
Ya recordará Vd. que Fr. Prudencio de Sandoval, en su libro de los cinco obispos, describe el monasterio de San Pedro de Villanueva, detallando menudamente las esculturas de la portada, relativas a la historia o tradición de la desgraciada muerte del rey Favila, y llamando además la atención sobre los notables trajes de las figuras.
No habrá Vd. olvidado asimismo, que el P. Flórez, en una nota al Viaje santo de Morales, tratando de dicho monasterio, dice que de las piedras o esculturas de que habla Sandoval solo se conserva una, de la cual saco su dibujo para la estampa del tomo primero de las Reinas Católicas: lo que parece indicar que con el trascurso de los siglos se habrían desmoronado o consumido; no reparando empero, tanto él como muchos que posteriormente han visitado este monumento, una particularidad que salta a los ojos, y es, que en toda la portada no se echa de menos piedra alguna, presentándose como acabada de ayer.
Esta observación, que no se escapó a nuestro amigo Cuadrado en su viaje de 1852, le decidió, como a otros, a negar que hubiesen existido jamás tales esculturas, fundándose asimismo en la poderosa razón de que, en caso de haberse caído o de que las hubiesen quitado, se conocerían los huecos o bien los adornos nuevos que en su lugar se hubiesen puesto.
Grandes eran mis deseos de ver con claridad en este caos de contradicciones; llegó por fin el día deseado, vi efectivamente la portada, al parecer intacta y sin embargo, nada de las tan apetecidas esculturas, exceptuando la indicada por Flórez. Con lodo: no pude persuadirme de que el respetable Sandoval, que tan fielmente había descrito el retablo de San Millán de la Cogolla, hubiese podido faltar a la verdad hasta el punto de detallar minuciosamente y como testigo de vista lo que nunca hubiese existido. En estas dudas andaba yo fluctuando, cuando llamaron mi atención algunos sillares de un arco moderno pegado a la misma portada y que sostiene el campanario. Parecióme además que el de la puerta, cuajado de labores en todo su grueso, no debía acabar tan mezquinamente como con un simple cordoncillo; esto, unido a otras particularidades, me hizo concebir la sospecha de que, al construir la pesada torre del siglo XVII debieron cometer algún acto de vandalismo.
Deseoso, pues, de aclarar mis dudas,
expúselas al señor cura párroco don Antonio Carabera, así como el deseo de
arrancar y reponer a mí costa algún sillar del arco de la moderna torre, y
participando dicho señor de mi curiosidad, no encontró
inconveniente en hacerlo, y ayudó en cuanto pudo. No bien había saltado la
primera piedra, cuando se realizaron mis esperanzas, apareciendo en un
magnífico capitel las dos figuras abrazadas y besándose que describe Sandoval,
pero bárbaramente roto aquél en su parte inferior para sentar el malhadado
sillar.
Animado, pues, por este buen resultado, seguí con más afán la comenzada tarea, seguro como estaba de que en nada se perjudicaba a la solidez de la mencionada torre; pero lo malo era que detrás de los sillares venía una gruesa pared de cal y canto muy difícil de derribar. Ya comprenderá Vd. que la operación no era un derribo en regla, sino profundizar en un ángulo una abertura paralela a la línea de la portada.
Gracias, pues, que nos dejaran lo que hoy admiramos en dicha portada y no la sustituyeran con la rutinaria decoración de dos o cuatro columnas, sosteniendo un simple frontoncillo con sus acróteras.
¡Pobre San Pedro de Villanueva! La reforma de los iconoclastas pelucones no se contentó con el exterior, sino que echó abajo todo el cuerpo de la iglesia, cambiando sus tres naves de sillería por dos desaliñadas y lisas paredes, salvándose únicamente y como por milagro la capilla mayor y las laterales. Por la lámina de este trozo que le incluyo podrá apreciar lo que sería todo el templo. Del claustro Bizantino (1) solo dejaron tres arcos interiores, entrada seguramente a la antigua sala capitular, reemplazando dicho claustro con uno de gruesos y bajos pilares con arcos rebajados y un segundo cuerpo por el mismo corte.
Sin embargo que la presente pasa ya de los límites epistolares, no quiero cerrarla sin indicarle al menos alguno de los chistosos accidentes que pasaron.
Atendida la malicia o
sencillez si se quiere de la gente campesina, y su afán en soñar riquezas, podrá
Vd. hacerse cargo de la interpretación que desde luego se dio a nuestras
investigaciones. No hubo palabras que pudieran disuadirles de la idea de que buscábamos
un tesoro, y a esta voz acudían las gentes como llovidas; pero lo crítico fue
el segundo día, pues al ver nuestras demostraciones de júbilo por la aparición
de la cabeza del caballo, corrió como un relámpago la voz de ¡¡ya han topado
un caballo de oro!!
Baste decirle que tuvo que tomar parte la justicia de la inmediata villa de Cangas de Onís, ya para desengañar a los visionarios, como para frustrar, según se supo, los planes de algunos que, prevenidos con herramientas, intentaban por la noche, con exposición de un hundimiento, destrozar el muro, a fin de anticipársenos en el botín.
Últimamente, las buenas razones de dichas autoridades y de algunos vecinos ilustrados, y el mismo descubrimiento visto con más calma, lograron apaciguar los ánimos, llegando a convencerse y hasta conocer que el hallazgo era en realidad un tesoro, pero no del metal codiciado; sino histórico y de piedra, y aún opinaron y determinaron que no se volviera a tapar, quedando así a vista de todos.
Basta, pues, por hoy:
lo que resta será de palabra. Mañana parto para el monasterio de Obona, donde
no sé si encontraré algún resto de los remotos tiempos de su fundador
Adelgaster; si he de juzgar por la demolición de cuanto llevo visitado en Asturias,
harto lo dudo: ¡cosa rara!
En ninguna provincia he
visto más destrozos, al paso que ninguna ha tenido más medios de conocer y
apreciar sus bellezas monumentales, pues como Vd. sabe, los más selectos
escritores de nuestra patria, casi desde los tiempos de la invasión sarracena
hasta nuestros días, se han ocupado de su descripción con entusiasmo.
Quedo en escribirle
desde Obona; ínterin, consérvese Vd. bueno y con expresiones a los amigos, se
repite de Vd. este muy suyo
FRANCISCO PARCERISA."
Hasta aquí la descripción del "redescubrimiento" de la portada tapiada; hay que decir que las dos últimas láminas una está firmada por Pascó; la otra pudiera ser de Parcerisa, aunque no se parece mucho a su estilo, porque están tomadas del libro de D. José María Quadrado, su amigo y compañero, en el cual participó como dibujante.
(1) El estilo románico era llamado todavía "arte bizantino". El término "románico", como concepto definidor de un etilo artístico, fue utilizado por Charles de Gerville por primera vez en 1820, consideerando con este término todo el arte que se realiza anterior al estilo gótico desde la caída del Imperio Romano. El hecho de que esta carta esté fechada treinta y cinco años después nos da una idea de lo mucho que costó que el término "románico" se asentara definitivamente.
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