Siempre
nos han tratado de transmitir la idea de que la Edad Media era una época oscura,
sucia y triste, de gran represión sexual, incluso lúdica, en la que las
personas solo vivían para guerrear y sufrir calamidades, y nada más lejos de la
realidad.
Solemos
creer, entre otros tópicos acerca de esta época, que la actitud de la Iglesia
hacia la sexualidad siempre ha sido pacata, dominada por la represión y
mediatizada por la moral tradicional de nuestros días, y todo lo relacionado
con ella pasaría a reprimirse y ocultarse en una actitud históricamente
vergonzante. Es un error pese a lo que se cree, aunque el mito comenzó a
forjarse con San Pablo, pero recordemos que fue San Agustín, en su juventud un
gran libertino, quien pronunció su famosa frase "Señor dame la
virtud de la castidad, pero no ahora".
Para
demostrar el error generalizado, basta con echar un vistazo a buena parte de la
iconografía artística de iglesias y catedrales, en las que capiteles,
canecillos y metopas; sillerías de coros y gárgolas, entre otros elementos
decorativos, a veces parecen un catálogo del Kama-Sutra. Y no solamente en el
exterior, pues a pesar de esfuerzos de obispos, curas y sacristanes capadores,
todavía quedan ejemplos en interiores.
Ventosilla y Tejadilla, Segovia. Capitel de la lujuria en el arco triunfal de la iglesia de Nuestra Señora de Tejadilla |
Pero
sin duda, uno de los ejemplos más estrambóticos de desinhibición en ese tema es
el denominado "Risus Paschalis", que hoy traemos al blog de
Radio Cangas, y que no es sino una forma de manifestar la risa, la alegría y el
placer en espacio sagrado y, por tanto, estrechando vínculos entre los
creyentes, los sacerdotes y Dios mismo allí presente.
La
expresión significa la risa de la Pascua, y se debe a que es una
provocación a reír que se da precisamente en tiempo pascual.
Sacerdote haciendo títeres en el púlpito |
Pongámonos
en situación. En aquel tiempo, en los siglos IX a XIII, por ejemplo, la Semana
Santa no era precisamente un tiempo para irse unos días a la playa a ponerse
morenos y hartarse a comer marisco y beber cerveza, era época de ayuno, penitencia,
sacrificio y recogimiento. Tras la dureza y la austeridad de la Cuaresma,
llegaba el momento de solazarse, de superar la tragedia de la muerte de Cristo,
y nada mejor que hacerlo a través de una actitud de burla hacia ella,
ensalzando así el triunfo del hijo de Dios.
El
cura, al dar misa, debía provocar la alegría en sus fieles; más que eso, debía
divertirles hasta la risa, para lo cual no había problema en que echara mano de
chistes verdes o que incluso realizara él mismo gestos procaces. No debemos
juzgar la mentalidad del siglo X desde la óptica que nos brinda la razón del
siglo XXI; consideremos lo mucho que ha cambiado la manera de pensar desde
entonces; simplemente tenemos que recapacitar en que en aquellos días era una
manera de estrechar vínculos entre los creyentes, los sacerdotes y Dios.
Iglesia de Ntra. Sra. de Tejadilla. Ventosilla y Tejadilla, Segovia. |
Así,
la ceremonia discurría por unos cauces bastante sorprendentes para la comprensión
actual. Resulta casi insólito imaginarse al oficiante imitando obscenamente el
acto sexual en lo alto del púlpito o mostrando sus genitales mientras la gente
se carcajeaba en los bancos con los chistes poco decorosos que contaba. O
cacareando como una gallina y rebuznando como un asno. O imitando a los
feligreses en sus costumbres y manías. Esta costumbre se documenta ya desde el
siglo IX en Francia y fue extendiéndose por todo el Norte de Europa, Italia y
España. En realidad, el lugar en el que más raíces echó fue Baviera.
Se
cuenta, se dice, se comenta, que incluso se llegaron a dar casos de actos
sexuales en la iglesia, algo que se empezó a considerar un exceso. Pero tal vez
solo sean dimes y diretes. El caso es que, como factor común, podemos ir
sacando que la idea de que la cosa empezaba a irse de las manos y había que
hacer algo.
Los
primeros en tomar medidas fueron los protestantes, cuya austeridad conceptual
no casaba con ese tipo de tradiciones. Pero al mismo tiempo, en el siglo XVI,
con el Concilio de Trento, también Roma empezó a verlo con malos ojos y a la
prohibición decretada por el papa Clemente siguió la de Maximiliano III,
príncipe elector del Sacro Imperio Romano Germánico.
No
obstante, era una costumbre muy arraigada desde hacía setecientos años; estaba
tan introducida que pervivió en tierras alemanas hasta bien entrado el siglo
XIX, cuando el Compendium constitutionum ecclesiasticarum Diocesis
Ratisbonensis dejó bien claro que de “ningún modo se harán las prédicas
pascuales del tipo que el pueblo denomina ostermärlein”. Se refería a las
fábulas de Pascua que el sacerdote narraba a los feligreses y que revestían un
marcado carácter escabroso como resto de la antigua risa de Pascua. La
traducción de ostermärlein es “cuentos de hadas de Pascua”.
A pesar de esto, todavía se pudieron ver en
Alemania, aunque muy rebajadas de tono, hasta el año 1911.
En
España no hay constancia de cuándo se suprimió esta costumbre, pero en Madrid
existía otra que fue prohibida en tiempos de Carlos III, en la que procesionaba
un majo crucificado, cubiertas sus vergüenzas con un paño que podríamos llamar
simple taparrabos, y al llegar al templo, en el momento en que se representaba
la resurrección, se bajaba de la cruz,
se vestía con las prendas características del majo goyesco y se ponía a bailar
fandangos o boleros, con el imprescindible acompañamiento de las omnipresentes
guitarras. No nos riamos ni nos escandalicemos, era simple y llanamente, la
exteriorización de la alegría de saber a Dios resucitado. Y lo creían
firmemente.
Un majo madrileño del siglo XVIII |
Tan firmemente, que la costumbre de bailar danzas profanas en las iglesias estuvo muy arraigada hasta la prohibición de Carlos III, aunque quedan muestras autorizadas como los Seises de Sevilla.
En algunas localidades se siguen tocando músicas profanas en el templo, incluso pasodobles, tangos, coplas populares como la Parrala antes de empezar las ceremonias religiosas. Incluso, no hace muchos años, quien esto escribe escuchó en misa, en una iglesia de Galicia, en el momento de la Consagración, sonar, hábilmente interpretados por el organista, los acordes de la banda sonora de la película Gilda, dirigida por Charles Vidor, que contó con Rita Hayworth y Glenn Ford como actores principales.
La
Risus Pascalis nunca murió del todo.
Antonio García Francisco.
Semana Santa 2021
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