Queda claro, y lo hemos visto a lo largo de estos
últimos años, que aquellas representaciones pétreas que podemos ver a lo largo
y ancho de la geografía románica que adornan nuestros pueblos y ciudades, es el
resultado de unos trabajos que, aparte de estar hechos para ser perdurables en
el tiempo, representan el saber, la espiritualidad, lo positivo y negativo, el
bien y el mal, lo mitológico y lo terrenal, lo divino y lo diabólico…. cientos
de capitales nos presentan un mundo lleno de criaturas fantásticas que nos
llenan de miedos o, por el contrario, nos muestran el camino a seguir como
guías espirituales pegados a los templos que debemos venerar.
También
podemos vislumbrar escenas mundanas, representaciones de vidas ya extintas pero
inmortales en su forma, capaces de hacer leer aquellos que no sabían, hacerles
entender lo que la tinta y los papales se negaban a revelar.
El arte románico es al ser humano del siglo XII lo que
la nube y sus contenidos lo es hoy para cualquiera de nosotros. Sus mensajes
perduran en el tiempo para que nosotros, los de hoy, podemos ver con los ojos
del ayer y comprendamos que todo está escrito para que lo podamos ver aquellos
del mañana.
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