Hará cosa de un mes, en el transcurso de una de las agradables charlas semanales que mantenemos los martes Manuel Martínez y un servidor en Radio Cangas, hablábamos, como siempre, de cualquier cosa y acabamos hablando de escultura y arquitectura románicas. Otras veces es al revés, empezamos hablando de arquitectura y escultura románicas y acabamos hablando de cualquier cosa, pero el caso es que comenté algo de unos graciosos, o por lo menos didácticos, canecillos que hay en el alero de la segoviana iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en Sequera de Fresno, treinta y cinco habitantes según el censo de 2019, fechada entre finales del S. XII y principios del XIII, en los que no sé si se lanza una lección, una advertencia o una situación jocosa en medio de un ambiente libertino, vaya por delante que el Románico ni obliga ni prohíbe, simplemente informa. Hablábamos de la erótica medieval y salieron a colación estos canecillos que llevan un gran componente sexual.
No poemos perder de vista que la mentalidad de los siglos medievales no era la que tenemos hoy ni mucho menos la que nos quiere transmitir Hollywood, unas veces por exceso y otras por defecto. Huyamos siempre de los presentismos (*).
En estos siglos, el concepto de pecado era bastante diferente a lo que es hoy y a lo que nosotros creemos que era. Por ejemplo, la prostitución era sinónimo de fornicación, pero acabó siendo reconocida por la Iglesia como un mal necesario. Se argumentaba que los hombres buscasen relaciones sexuales con prostitutas, servía para proteger a las mujeres respetables de la seducción o de la violación. Y coló. Recordemos que en el Camino de Santiago los prostíbulos eran un negocio más bajo la tutela de los señores obispos.
El adulterio era considerado un delito, pero dependía del sexo que lo provocase. Si lo cometía un hombre era porque había caído en el "amancebamiento"; si lo cometía una mujer era por su naturaleza adúltera. En un principio, el marido de la adúltera podía matar a los adúlteros y apropiarse de sus bienes, pero... pero después fue cambiada esta pena por la de hacer penitencia, y también coló. Ojo, hacer penitencia no era rezar un padrenuestro y tres avemarías, una penitencia como Dios mandaba era hacer buenas donaciones a la Iglesia.
¿Y los clérigos? Pues para ellos se ideó la institución de la barraganía, ampliamente protegida por las leyes. La barragana era una mujer, prostituta o no, que firmaba un contrato de convivencia con un hombre soltero, generalmente clérigo. Algo así como lo que hasta hoy era (o es) el ama del cura de pueblo, pero guardando las diferencias éticas y morales. Los hijos nacidos de la barraganía también tenían sus derechos perfectamente legislados y respetados.
Lo que de ninguna manera estaba admitido era la homosexualidad. En los siglos X a XII tuvo cierta tolerancia, pero en el siglo XIII fue perseguida en Europa como pecado/delito con pena incluso de muerte, pasando a formar parte de los tres pecados nefandos junto a la masturbación y el bestialismo.
Pero volviendo al hilo de los canecillos de la iglesia de Sequera de Fresno, pues veo que llevamos camino de que nos pase como en la radio, que empezamos hablando de Románico y acabaremos hablando de cualquier cosa, en el alero del ábside, que es uno de los más elegantes del románico rural en Segovia, tenemos una colección que nos hacen una muestra de la vida popular rural en los siglos XII y XIII.
Empezando por los primeros de la izquierda en el lado más cercano a la portada y siguiendo su orden, se aprecian: en la primera calle, un personaje con la cabeza cubierta por una cuculla, bebiendo; un hombre bebiendo directamente de un barrilillo (de ninguna manera parece un dolio), otro más bebiendo de un jarro, un personaje cargado con un saco y una pareja copulando; esto nos pone en situación del ambiente de una caricatura de la vida cotidiana, pero lo que quiero contar está en la segunda calle y empieza con una mujer mostrando sus vergüenzas, la representación de un hombre en una postura que podríamos decir afeminada, como si rechazara la "mercancía" que le ofrece la mujer, como si eso no fuera con él, y un rústico mostrando un desproporcionado falo erecto. Después viene una cabeza masculina barbada y un hombre desnudo.
Bonito ambiente, ¿eh? Tres bebedores, quizás borrachines; una pareja copulando, una mujer mostrando sus partes, quizás una prostituta, un hombre que parece rechazarlo, tal vez homosexual (o puede que no, pero la expresión corporal que muestra es comprometida) y otro que parece que dice “¡vente conmigo, que mira lo que tengo para ti!”, aunque no sabemos si se lo dice a la mujer… o al hombre que la rechaza.
Todo se puede poner en el contexto de una taberna o de un burdel, pero… ¿qué nos quiso decir el escultor? ¿Es una escena habitual? Recordemos nuevamente de manera redundante que el Románico ni obliga ni prohíbe, sólo informa. En este caso, como en otros más de la zona (no dejen de visitar Santa Marta del Cerro, cuarenta habitantes), simplemente se incide en la vida y costumbres del hombre medieval.
Vamos a dejarlo ahí, en que es el ambiente del burdel y que está en el ábside de la iglesia del pueblo. No olvidemos que en estos siglos los templos en Castilla no son propiedad de la Iglesia, son propiedad del Concejo que es quien los costea. Y aunque lo fuera, los conceptos morales han variado mucho en ochocientos años. ¡Fuera presentismos, por favor! La escena, como mínimo, es graciosa y puede que encierre una moraleja que me recuerda a la canción de Patxi Andión: “lo que usted no quiera, para mi calle es”. Quizás, sólo quizás, pues la imaginación vuela libremente y el pensamiento no delinque, pudiera ser que el personaje barbado que aparece al final de la serie sea el que lo cuenta porque estuvo allí y lo vio. Casi se podría afirmar que es el maestro que lo esculpió, su efigie sería el me fecit.
Y cómo no, aquí están las fotos que dan fe de lo dicho. Yo las pongo en orden, Internet hará lo que quiera.
Antonio Garcia Francisco
Madrid, noviembre de 2020
(*) Presentismo: proyección de valores del presente en el pasado.









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